sábado, 29 de diciembre de 2007

U patul máak

El trabajo, las vacaciones, las fiestas de fin de año... en vez de disfrutar, sentí que el mundo se me venía encima. Programé un pequeño escape de una semana al norte del país. Con la conciencia de que dejaré el trabajo pendiente, me dirigí a la terminal de autobuses. Tenía ganas de ver paisajes, de ver el desierto, por eso no quería realizar el viaje por avión. Para mi sorpresa, me encontré a don Celestino sentado viendo a un mendigo que estaba en la entrada de la terminal. Fingí no haber visto a aquel mescalero, e hice fila para comprar mi boleto. Cuando llegué a la taquilla y obtuve mi boleto, al virarme, Yolanda me estaba esperando: "Así que te vas el 4 de enero..." No sé por qué pero di una larga explicación a todo lo que tenía que hacer allá y del por qué no quería toparme con un mescalero. "Es inevitable..."

Busqué con la vista a don Celestino, pero ya no estaba. Quizá se había marchado. Yolanda me dijo que mientras yo compraba mi boleto, don Celestino había abordado su autobús. No me quiso decir a dónde se había dirigido. Antes de seguir avanzando le pregunté por la razón de estar conmigo. "Tu viaje... Tú mismo... Hay un pensamiento que no te deja en paz..."

Asentí, pero dije que no tenía ganas de hablar acerca de eso. Yolanda sonrió misteriosamente.

"Haces bien, porque seguirías afirmándote a ti mismo, justificando tu mundo. Tu problema son las mujeres..." Me quedé con la boca abierta. Sólo los mescaleros tenían esa capacidad: penetrar en los sentimientos de los demás. Yo, sin embargo, en vez de analizar, creo que terminaba involucrado emocionalmente con los sentimientos de mis amigos.

"Sí. Te has puesto a recapitular tu mundo... tu intento de alcanzar el amor. Por eso estoy aquí. Nunca has tenido una joven hermosa a la que consideres tu musa, será acaso por tu estúpida actitud, o porque tienes miedo... No. Descartemos esa idea, quizá no sea el miedo. ¿Te has preguntado por qué no has logrado conseguir a una mujer... tu mujer ideal? Bueno, una de las respuestas, es porque un mescalero no puede compartir con una mujer... digamos, normal... que no cumpla con los requisitos de una Huizache. Sí, la única compañera de un mescalero es una Huizache. En caso de que el mescalero no quisiera estar acompañado, porque se siente a gusto con su soledad, no siente nada al respecto y no la busca..."

"Prefiere el celibato... ¿No es así?" Yolanda asintió y la sonrisa burlona no se le borraba de la cara. Había algo que no tomaba en cuenta, la misión que Loreto me había dado en Oaxaca: Buscar a la Huizache.

"Tu cuerpo sabe que para poder iniciar tu búsqueda, tienes que perder la forma humana. La forma humana es una fuerza, ¿sabes? Todo en el mundo es una fuerza; un rechazo o una atracción. Para ser atraídos o rechazados debemos ser como una vela, como un cometa al viento. Pero si tenemos un agujero en el centro de nuestra luminosidad, las fuerzas pasan a través de él y jamás nos afectan. Así que un mescalero debe deshacerse de la forma humana si quiere cambiar, realmente cambiar. De otra manera, las cosas no pasan de ser una conversación sobre el cambio, como en tu caso. Es inútil creer o esperar que sea posible cambiar los propios há­bitos, y eso tú lo sabes. No se cambia un ápice en tanto se conserva la for­ma humana. Un mescalero sabe que no puede cambiar; es más: sabe que no le está per­mitido. Es la única ventaja que tiene un mescalero sobre un hombre corriente. El mescalero jamás se decepciona al fracasar en una tentativa de cambiar. Pablo y yo somos los únicos que hemos perdido la forma humana. Fue una gran suerte para nosotros el perderla cuando nuestro maestro aún estaba entre nosotros. Tú pasarás una época horrible. Es tu destino. Quien­quiera que sea el próximo en deshacerse de ella, me tendrá a mí por única compañía. Ya lo lamento por aquel a quien le corresponda".

"¿A qué viene todo esto, Yolanda? Tengo un encuentro pendiente con una sombra, y la misión de encontrar a una huizache..." Me sentí tan furioso que me di cuenta, que realmente ese no era yo. Algo estaba ocurriendo en mí. Yolanda asintió y me dijo que mi actitud se debía a esos recuerdos que tanto recapitulaba.

"Natalia, nunca te hizo caso, y cuando tuviste la oportunidad de decírselo, descubriste que en realidad era nada. Paloma, se lo dijiste, pero ella tenía novio (aunque a decir verdad, te dijo eso para que no te sintieras mal, ya que en verdad no estaba interesada en ti). Cecila S., qué chica, estuviste tan perdido que Mario H. se dio cuenta y los dos jugaron a competencias. Obviamente, el que tenía mayor esperanza con Cecilia S. era Mario H.; ¿Quién más? Son de las chicas de las que te has enamorado perdidamente, ¿no es así? Pensabas que cubrían los requisitos de la Huizache... y luego... ¡ah, sí! Lidia... Me olvidaba de ella. Las demás fueron para que te des cuenta de que no, mi querido mescal, no, ninguna es una Huizache. Suprime el recuerdo, muchacho".

"Sabes, Yolanda. Llegué a pensamientos graves, y es que en mi mundo, hasta que no tenga esa fuerza, no podré obtener mi premio: la libertad. Así que como me dejaron en este mundo, seguiré caminando solo, aprendiendo a través de los demás. Compartir mis pequeñas victorias, es un síntoma de una persona vanidosa. Ya lo decidí. Cuando el llamado venga a mí, me encontraré con la sombra. Cuando pierda mi forma humana, buscaré a la huizache. Y mientras sucede todo eso, yo iré a disfrutar del desierto..." Le dije y me alejé de Yolanda. Escuché que me deseó un buen viaje, y que me seguirán esperando para seguir en el camino del mescalero.

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jueves, 20 de diciembre de 2007

El viaje definitivo

Cierto día me encontré con Juanito Mescalero. Tenía tanto qué revisar en mis asuntos atrasados, que no hallaba la manera de decirle que estaba completamente abrumado y que no tenía ganas de conversar con él. Sin embargo, decidí darme un respiro, aunque con el pendiente de que estaba perdiendo el tiempo, porque sentía que ya me había distraído demasiado.

"¿No que sabías comprimir el tiempo, Mescal?" Resoplé y decidimos caminar mientras él se desahogaba con sus comentarios. Sinceramente, me puse en el lugar de aquellas personas a las que recurría para también deshagorme. Nunca había tomado en cuenta el estado de ánimo de mis interlocutores, pero por alguna extraña razón me pasó por la mente aquellas frases tan trilladas de mis amigos: Por algo pasan las cosas y No hay mal que por bien no venga. Es decir, que mi desatino contralado provocaba cierto comentario que mi interlocutor necesitaba.

"¿Alguna vez, te asustó don Gaspar?" Me preguntó Juanito Mescalero, y yo intenté recordar con mayor detalle alguna escena semejante. Si alguna vez lo hizo, lo olvidé completamente. Juanito por el contrario me dijo que días después de su reclutamiento, don Goyo le dio un espanto terrible. Me comentó que cierto día, don Goyo le había pedido a Juanito que fuera a limpiar el terreno que iban a utilizar para una fiesta. Su tarea era recoger todas las ramas que podrían servir de leña, y desempedrar el lugar donde iban a estar los invitados. Juanito confesó que él siempre ha sido una persona chocante, que todo mandato le desagradaba, pero como se trataba de su maestro, no tenía otra opción que obedecerle. Juanito a regañadientes levantó cada leño y lo llevó a una vieja troje que tenía don Goyo, al lado de una casita improvisada. Al cabo de dos horas de desempedrar y recoger los leños, Juanito se atrevió por primera vez a estudiar el terreno de don Goyo.

Descubrió una vereda entre un monte alto, y al mismo tiempo a una persona que venía caminando hacia el terreno. Juanito entrecerró los ojos para poder identificar a la persona. Desconfió rápidamente, porque el lugar no era muy accesible para la gente del pueblo; tal especulación lo hizo correr hacia la casita y tomar un machete, en caso de que se tratase de algún bribón. Vio aquel bulto caminar tambaleante, quizá se trataba de algún borracho. Juanito tragó saliva, el ente estaba ya a 800 metros de distancia de él, y cuando Juanito estuvo a punto de preguntarle que quién era, el ente sin dejar de caminar, poco a poco comenzó a elevarse, como si estuviera amarrado con hilos invisibles y de repente alguien lo alzara. Juanito cayó de espaldas, y estupefacto no pudo dejar de ver cómo aquel ente se elevaba y se perdía entre las nubes. El ser surcó el cielo como un pájaro y de repente desapareció. Juanito no dejaba de temblar. Se dio cuenta que se había orinado los pantalones. Cuando pudo incorporarse escuchó a sus espaldas el reproche de don Goyo.

"Y a fin de cuentas, ese acto era el vuelo de un mescalero". dijo con alegría Juanito Mescalero. Recordé algo acerca de aquel vuelo que todo mescalero puede realizar, pero jamás en mi vida había visto a don Gaspar elevarse y surcar el cielo. Sin embargo, le confesé a Juanito que había tenido sueños y ensueños acerca de ese vuelo, y que incluso me transformaba en un moyote.

"Es tu deseo de convertirte en un mescalero viajero". Aquel concepto lo había escuchado por parte de Loreto, cuando la fui a visitar a Oaxaca. Ella lo había definido como un tipo que nunca subestima o sobreestima nada. Un luchador callado y disciplinado, cuya elegancia es tan extrema que nadie, no importa cuánto se esfuerce por ver, encontrará la costura donde se une toda esa complejidad.

"Se nota, Mescal, que siempre has estado pensando en tu viaje definitivo. Don Goyo me comentó una vez que la meta total de nuestro sendero es prepararnos para el enfrentamiento con el viaje definitivo, el viaje que todo mescalero tiene que emprender al final de su vida. Me dijo que a través de nuestra disciplina y resolución, los mescaleros somos capaces de retener nuestra conciencia y propósito individua­les después de la muerte. Para los mescaleros, el estado idealista y vago que el hombre moderno llama «la vida después de la muerte» es una región concreta repleta de asuntos prácticos de un orden diferente al de los asuntos prácticos de la vida cotidiana, y que sin embargo tienen una practicalidad funcional semejante".

Comencé a reírme por la seriedad que había ostentado Juanito en su explicación. Me miró y me dijo que al parecer yo no sabía nada, absolutamente nada de los mescaleros, o bien, me hacía el tonto al respecto. Sonreí y le dije que posiblemente ocurría eso, que me había olvidado de todo, en pocas palabras, me había bloqueado. No obstante, aquel concepto de ser un viajero, don Gaspar me lo reprochó en una ocasión, dos días antes de que él se fuera de este mundo, para que yo pudiera cambiar mi modo de vida.

"Te he dicho una y otra vez que los mescaleros viaje­ros son pragmáticos. No están involucrados en sentimentalismo o nostalgia o melancolía. Para ellos sólo existe la lucha, y es una lucha sin fin. Si crees que has venido aquí a encontrar paz, o que éste es un momento de calma en tu vida, estás equivocado. Esta faena de pagar tus deudas no está guiada por ninguna sensación que tú conozcas. Está guiada por el senti­miento más puro, el sentimiento del viajero que está a punto de sumergirse en el infinito, y que justo antes de hacerlo, se vuelve para dar las gracias a aquellos que lo favorecieron.

"Te tienes que enfrentar a esta tarea con toda la gra­vedad que merece. Es tu última parada an­tes de que te trague el infinito. De hecho, si el viajero no está en un estado sublime de ser, el infinito no lo toca por nada del mundo. Así es, no te restrinjas, no te ahorres ningún esfuerzo. Empuja, despiadada pero elegantamente, hasta el final
".

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sábado, 15 de diciembre de 2007

Arreglos & Esencias

Hace poco me vino un recuerdo, yo salía una tarde de la preparatoria tras ir por mi última boleta de calificaciones, hace ya algunos años, cuando yo era aprendiz de don Gaspar. Dio la casualidad que mis compañeros de clase no quisieron ir conmigo al cinema, para celebrar nuestro futuro egreso. Pero lo más extraño es que yo mismo me motivé a pasear en el centro de la ciudad, en vez de ir a ver la película. Llegué hasta la bahía y ahí vi sentado a don Gaspar, disfrutando de la brisa marina. Ahora que pienso bien las cosas, don Gaspar me había llamado a través de su voluntad hacia ese lugar. Esa es la capacidad de un benefactor capaz de crear todo el escenario y pensar que uno está atravesando por un extraño fenómeno nostálgico.

Me senté al lado de don Gaspar. Él me dio la indicación de no emitir ningún comentario, hasta que llegara la señal. Pasaron docenas de personas. Estuvimos sentados, en calma y silencio, unos diez o quince minutos. Entonces don Gaspar se incorporó abruptamente.

"¡No le hagas, hombre! Mira lo que viene allí. ¡Una vieja!"
Señaló con una inclinación de cabeza a una joven que cruzaba la calle y se aproximaba hacia nosotros. Don Gaspar dijo que la joven era una esencia hecha y derecha, y que si se detenía a hablar con cualquiera de nosotros, sería una indicación ex­traordinaria, y tendríamos que hacer lo que ella quisiese. No me era posible distinguir con claridad las fac­ciones de la mujer, aunque aún había luz suficiente. Se acercó a menos de un metro, pero pasó sin mirarnos. Don Gaspar me ordenó, en un susurro, alcanzarla y hablarle.

Corrí tras ella; pretendí estar perdido y le pedí orientación. Me acerqué mucho a ella. Era joven, de unos veinticinco años, de estatura mediana, muy atractiva y bien arreglada. Sus ojos eran claros y apa­cibles. Sonreía al escucharme. Había en ella algo que conquistaba. Me simpatizó mucho.

Regresé a la banca y tomé asiento. Para ese entonces yo estaba en la fase de definir qué era un mescalero. Don Gaspar siempre me sorprendía con una nueva terminología. Le pregunté a don Gaspar si esa chica era una mescalera.

"No tanto. Tu poder todavía no tiene la agudeza necesaria para traer un mescalero. Pero esa es una esencia en muy buen estado, que podría convertirse en una esencia hecha y derecha. Los mescaleros están hechos de esa madera".
Sus frases avivaron mi curiosidad. Le pregunté si las mujeres podían ser mescaleros. Me miró, aparente­mente desconcertado por la pregunta.

"Claro que pueden, y están aún mejor equipadas que los hombres para nuestra senda de mescaleros. Sólo que los hombres son un poco más resistentes. Pero yo diría que, a fin de cuentas, las mujeres llevan una ligera ventaja".

Me declaré intrigado por el hecho de que jamás habíamos hablado de mujeres en relación con su conocimiento.
"Tú eres hombre; por ello uso el gé­nero masculino al hablar contigo. Eso es todo. Lo demás es igual."

Quise proseguir el interrogatorio, pero él hizo un gesto para cerrar el tema. Alzó la vista. El cielo es­taba casi negro. Los conglomerados de nubes se veían extremadamente oscuros. Había aún, sin embargo, algunas áreas en que las nubes tenían un leve tinte anaranjado.

"El final del día es la mejor hora. La aparición de esa muchacha en el filo mismo del día, es una indicación".
"¿Qué significa la indicación?"
"Significa que te queda muy poco tiempo para organizar tus arreglos. Cualquier arreglo que puedas haber construido tiene que ser en un arreglo vivo, porque no tienes tiempo para hacer otros nuevos. Tus arreglos deben funcionar ahora, o no tienen nada de arreglos. Te recomiendo que cuando vuelvas a tu casa, re­vises tus líneas y te asegures de que son fuertes. Las vas a necesitar".
"¿Qué va a pasar conmigo?"

"Hace años hiciste oferta al poder. Has seguido fielmente las penalidades del aprendizaje, sin inquie­tarte ni apurarte. Ahora estás al filo del día.
"¿Qué significa eso?"
"Para una esencia hecha y derecha, todo cuanto hay es un desafío. Otra forma de decirlo es que, para un mescalero, todo en este mundo es un desafío. El mayor de todos es, desde luego, su oferta al poder. Pero el poder viene del naualli, y cuando un mescalero se encuentra al filo del día, eso significa que se aproxima la hora del naualli, la hora en que el poder acepta la oferta del mescalero".

"Sigo sin comprender el sentido de todo esto. ¿Significa que voy a morir pronto?"
"Si eres estúpido, pues ni modo. Pero, vamos a ponerlo en términos más amenos; todo esto que he dicho significa que se te van a caer los calzones. Una vez hiciste oferta al poder, y esa oferta no se puede retirar. No diré que estás a punto de cumplir tu destino, porque no hay destino. Lo único que uno puede decir es que estás a punto de cumplir tu oferta. La señal fue clara. La muchacha esa vino a ti al filo del día. Te queda muy poco tiempo, y ninguno para idioteces. Espléndido estado. Yo diría que lo mejor de nosotros siempre sale a flote cuando estamos de espaldas contra la pared, cuando sentimos que la espada se cierne sobre nuestra cabeza. En lo personal, yo prefiero ese estado y no viviría de ningún otro modo."

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martes, 11 de diciembre de 2007

Encarar el tiempo

Lo escribo ahora, porque no sé si realmente tendré tiempo para esto. Sé que ahora que lo veo, los eventos que me han ocurrido aún no tienen un desenlace para dar una conclusión contundente. Siento que ha llegado la hora. La niebla en los ojos se ha vuelto más densa, y presiento que en algún momento dado, todo cambiará en un abrir y cerrar de ojos.

El llamado final se escuchará en todo mi campo de batalla, y para ello, necesito estar preparado. Esto es con respecto a esos lugares desconocidos, lo que no tiene nombre. Y con referencia a la vida cotidiana, qué fácil. Qué fácil es mantener una conversación con alguien que uno no conoce a la perfección, aunque por dentro sabe que tiene el mayor interés de conocer. ¿Decisiones? Aún no las tengo definidas, pero a última hora me vengo a dar cuenta de que fue la última vez que platiqué con ella y que ya no la volveré a ver. Sólo por curiosidad de vislumbrar una pequeña esperanza, le pregunté si aquel curso era el único que necesitaba para liberarse, y sin más rodeos me dijo que sí, bueno, que eso esperaba ella. Las palabras se atiborraron en mi mente y terminé optando en no decir más.

Siento que este texto es muy incoherente. Nada tiene sentido. Pero sé que esto se debe a los últimos días que han estado lleno de presiones, alegrías, tristezas, una enorme conmoción, y una breve soledad, porque a pesar de que mis amigos están conmigo, siento que estoy abandonado. El ciclo está a punto de finalizar y digo para mis adentros que los mescaleros encaran el tiempo que llega. Normalmente se encara el tiempo que se aleja de uno; sólo los mescaleros pueden cambiar esta situación y encarar el tiempo a medida que avan­za hacia ellos. No estoy hablando de lo cotidiano, porque al decir esto, me refiero a que cuando los mescaleros hablan de tiempo no se refieren a algo que se mide por los movimientos del reloj. Cuando un mescalero entra en otros aspectos del ser, se está fami­liarizando con el tiempo.

Para Loreto recapitular significaba revivir y reordenar de un simple barrido cualquier cosa en la vida de una persona. Doña Alvina, por el contrario, poseía una meticulosidad completamente diferente. Pasó meses enteros adiestrándome para que entrara en aspectos de la recapitu­lación que hoy en día todavía sería incapaz de explicar. Me dijo en una ocasión que lo que estaba experimentando aquella vez y que parece lo mismo de ahora, era la vastedad del mescalero. Que a pesar de que existieran demasiadas técnicas para avanzar en este sendero, no son éstas las que siempre han sido de suprema importancia, sino la persona que las usa y su deseo de llevarlas hasta el final.

"Un mescalero debe ir muy lentamente y aprovechar todos los elementos disponibles de la senda. Uno de los elementos más notables es la capacidad que todos tenemos, como mescaleros, de enfocar nuestra atención con fuerza inquebrantable sobre los acontecimientos que hemos vivido. Los mescaleros pueden enfocar su atención incluso sobre perso­nas que nunca conocieron. El resultado final de esta profunda focalización es siempre el mismo: la escena se reconstruye. Aparecen patrones enteros de conducta, tanto los ya olvidados como los más nuevos, al alcance del mescalero. Inténtalo".

Cosas que sucedieron, cosas que están por suceder. Aún el ciclo no concluye, pero todo los actos que están a punto de realizarse están avanzando en el campo de batalla. Algunos elementos aún no han aparecido. Sea lo que sea que esté a punto de suceder, estaré dispuesto, y enfrentaré al tiempo, al destino.

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viernes, 7 de diciembre de 2007

Concepto

La cabeza me daba vueltas. No tenía ganas de enfocar mi vista en ninguna parte. Cerrar los ojos nada más colaboraba en crear pequeños destellos que al final me ilustraban los miles de proyectos que tenía aún pendientes. Muy adentro de mí mismo sabía que tenía cierto coraje, pero cuando lo definí, terminé aplicando la paciencia que necesita todo mescalero. Era increíble, al final una voz interna me señaló que mi camino seguía extendiéndose hacia el infinito, y que para poder alcanzar ese sueño tan preciado, me tomaría quizá toda la vida.

Sacudí la cabeza y me dije que no quería volver a hacer carreras contra el tiempo. A pesar de que se aproximaba el fin de un nuevo ciclo, y con ella la entrega de cuentas, decidí salir a la calle para buscar alguna señal que me auxiliara. No la encontré. Caminé por toda la avenida, sumiso en mis pensamientos de que todo lo que me estaba ocurriendo era por alguna razón. Me percaté que aquella oración la había escuchado ya tropecientas veces en toda la semana, y que terminé aplicándola para apaciguar mis actos.

Una camioneta verde avanzaba al lado de mí. No tenía ganas de darme cuenta de quién se trataba, así que sólo la miré de soslayo, cuando de repente alguien me gritó. Sentí como si alguien me hubiera despertado de un sueño tan profundo. Fue Norma. Pablo iba manejando. Me subí en la parte trasera y saludé como siempre. Me preguntaron a dónde me dirigía, y les dije que me sentía como el Judío errante. Pablo se reía de mi nuevo atributo, mientras que Norma se dio la vuelta y me preguntó que no había entendido. Le dije que no se preocupara, que eran cosas de mitología. "Ah, tú y tus cuentos interminables..." Cuando dijo aquello, recordé en el concepto que Pablo me encerraba, y luego como si hubiese regresado en mí, escuché lo que me había gritado Norma cuando me encontraron: "¡Cuenta cuentos!"

Pablo me indicó, que como yo no tenía ningún lugar a dónde ir, que mejor los acompañara a realizar algunos asuntos, mientras definía mi destino. Accedí, pero en cada dependencia que tenía que ir Pablo, Norma y yo nos quedábamos en la camioneta. Le comenté a Norma, al ver que se tardaría Pablo, que alguien me había dicho una vez que yo me dedicaba a realizar cuentos interminables con un sólo propósito... "Sí. ¿Crees que no lo sé? Te lo dijo Alvina. Me lo contó Pablo." Me sorprendí. Aquella jovencita estaba quizá enterada acerca de lo que era un mescalero. Sin más, le pregunté si conocía el concepto de lo que era un mescalero. "Sí, también lo sé. Pero ser un mescalero es mucho más que un mero concepto".

"¿De verdad?" Estaba impresionado.

"Sí. Ser un mescalero es un modo de vida. Es lo único que puede detener el miedo y el único canal del que puede servirse un practicante para dejar circular libremente el flujo de su actividad. Sin este concepto es imposible superar los obstáculos de tu camino".

Asentí. Tenía una buena definición acerca de un mescalero. Recordé que don Gaspar lo definía como un luchador por excelencia. Que en realidad ser un mescalero era un estado de ánimo; un ánimo en el que cualquier hombre podía introducirse. El mescalero era, en síntesis, una unidad de combate tan afinada para la lucha en su entorno, tan extraordi­nariamente alerta que, en su forma más pura, no necesitaba nada superfluo para sobrevivir. Un mescalero no tenía necesidad de regalos, ni de ser apoyado con palabras o con actos, ni de recibir consuelo o incentivos. Todas esas cosas estaban incluidas en la propia estructura del mescalero. El resultado final de esa estructura es un luchador que luchaba solo y que extraía de sus propias silenciosas convicciones todo el impulso que precisaba para seguir adelante, sin quejas, sin necesidad de reconocimiento.

Personalmente, encontraba fascinante el con­cepto de mescalero, al tiempo que me parecía una de las cosas más aterradoras con las que jamás me había topado. Pensaba que, de adoptar ese concepto, llegaría a esclavizarme sin tener el tiempo o la disposición para protestar, analizar o quejarme. Quejarme había sido un hábito de toda mi vida y, la verdad, habría luchado con uñas y dientes con tal de no renunciar a él. Pensaba que quejarse era propio de un hombre sensible, valiente y directo que no titubea en defender sus actos ni en decir lo que le gusta y lo que le disgusta. Si todo eso iba a convertirse en un orga­nismo luchador, corría el riesgo de perder más de lo que podía soportar.

Y don Celestino me dijo una vez que en cuanto se acepta esta premisa, por muy livianamente que sea, se tiende un puente que salva el abismo entre nuestro mundo de los asuntos coti­dianos y algo que tenemos enfrente y que no tiene nombre; algo que está perdido en una niebla, que parece no existir; algo tan tremendamente difuso que no puede utilizarse como punto de referencia, pero que está allí, innegablemente presente. También afirmaba que el único ser de la Tierra capaz de cruzar ese puente era el mescalero: silen­cioso en su lucha, imparable porque no tiene nada que perder, práctico y eficaz porque tiene todo que ganar.

"Y sin embargo, para pasar desapercibido actúas ante tus semejantes como una persona estúpida y quejona. ¿Qué ganas con hacer que la gente piense que eres sensible? Si eres un desalmado y odioso." Me dijo Norma como si hubiese leído mis pensamientos. Le pregunté si lo había hecho. "No seas estúpido, todo tu definición me la dijiste en voz alta". La miré y le dibujé una sonrisa hipócrita. Me bajé de la camioneta y decidí irme caminando a casa para terminar mis asuntos. "Oye, ¿a dónde vas?"

"A seguir actuando como tonto. Nos vemos después."

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lunes, 3 de diciembre de 2007

La memoria y nosotros

¡Memo, viejo amigo! ¿Qué tal? ¿Cómo has estado, pana? Hacía mucho tiempo que ya no te había visto. Ya ni recuerdo la última vez. Sólo recuerdo aquellas veces en que me dijiste que ibas a tener un hijo, y que trabajabas en Mahahual. ¡Qué cosas! Mírate nomás. Siempre que pongo aquellas rolas que básicamente son el soundtrack de la época, me vienen a la mente esos recuerdos, cuando la Burra, Silvan, tú y yo nos sentábamos cerca del asta, allá en la explanada de la secundaria, y veíamos a toda la chamacada dar vueltas y vueltas durante el receso.

«Sí. ¿Tú crees que todavía no me acuerdo? Si son las cosas que uno mantiene en la memoria, frescas, así, como si hubieran pasado ayer... je.» Sí, Memo. Yo aún las recuerdo. Incluso aquella frase que dijo Cambranis, el profe de Física. «¿Chocomilk?» Ja ja ja, sí, ese mero. Dijo: Lo que siempre tendrán en su mente, es el recuerdo de la Secundaria. Y fíjate, tenía razón. Yo todavía me acuerdo de todos esos cuates y profesores que aportaron su granito de arena en toda esa historia inolvidable. «Sí, yo todavía me acuerdo de esos güeyes.» Recuerdas, Memo. ¿Recuerdas cuando nos pasaban adelante, y nos burlábamos de la maestra Gabriela? «Ja, ja, ja, la Polla. Cuando le gritabas "se cree la mamá de los pollitos".» Sí, pronunciaba la "r" como afrancesado, y para el colmo era maestra de Español, je. ¿Recuerdas a Quintal, el de Historia? «Cómo no. Cortinas. Sus pantalones hechos con telas para cortinas. Aún recuerdo cuando nos acercamos con los plumones permanentes, y le pintamos su portafolio. Ja ja ja» Sí, y cuando tú tenías curiosidad de saber qué tanta porquería cargaba en su portafolio. «Oye, sí. Puro papel viejo, papel revolución. Aún recuerdo cuando ese cabrón tenía gripa, y me pidió una papel o una servilleta. Ja, Silván le dijo que nadie tenía y le pasaron una hoja de libreta. El güey sacudiéndose la nariz con esa hoja, y cuando nos dimos cuenta, tenía pelada toda la nariz.» Sí, no le hagas. Y cuando a Reyes, el de Artes plásticas le gritábamos Peperami; cuando entró al salón aquella vez le grité: ¡Peperami! y se acercó a mí y me dijo: "¿Qué, no te han partido la cara últimamente?" «Ja ja ja, sí. No manches. Un profe midiéndose con un chamaco, qué vergüenza.» Y yo le respondí que qué le pasaba. Sí era a mí a quien le decían "peperami", porque era el único "José" del salón. Cuando revisó la lista del grupo, efectivamente, se dio cuenta de que no estaba inventando. «Y la Burra: Nos hubieras dicho para partirle su madre. Jajajaja.»

Yo siento que por Peperami nos llevaron al bote aquel día. Pero fue mi culpa. Si no le hubiera agarrado rencor a Azael, ¿lo recuerdas? «El chilango, sí me acuerdo muy bien de él, pero no entiendo, ¿cómo estuvo eso?, que yo sepa, por quedarse a bucear la burra y el resto en la fuente, la chota nos cayó.» Sí, pero yo insistí. Le tenía coraje a Azael porque andaba ligando a Natalia; y Patty le estaba ayudando, dizque porque hacían bonita pareja. «¡Esa vieja! ¿A poco fue por la nalgalia? Recuerdo cuando nos dijiste que te gustaba, y te pusiste muy salsa en que se lo dirías. Ja, ja, Kene, Silvan y yo, te llevamos de agüevo frente a ella y sus amigas...» Sí, no le hagas, sentí gacho. Se me quedó viendo y yo callado. Obviamente ya sabía todo acerca de mí. Porque Carolina, una de sus amigas, me preguntó en una ocasión si me gustaba Natalia; yo no dije nada. Pero ella me dijo que no tenía nada de malo, si es que tenía sentimientos. Que es válido tener sentimientos. «¿Eso te dijo?» Pero, bueno, el caso es que yo le dije a la Burra que le diéramos su bienvenida a Azael. Y ya ves, pasó lo que pasó. Cuando me salí de la fuente, Silvan me dijo que era mejor largarnos porque presentía que nos iba a caer la chota. Dicho y hecho. Aunque al final, el Azael resultó ser un buen cuate.

Recuerdo cuando la maestra Zenaida te sacó al sol porque no dejabas de platicar. La Burra no dejaba de carcajearse porque el sol había encendido tus orejas de dumbo. Estaban rojas. «Sí, maldita vieja. De eso bien que me acuerdo.» Cambiando de tema, ahora que recuerdo, yo estaba tan embobado con la Natalia que tuve que cambiarle a la Burra su lugar en la prepa. «¿A poco sí? Estabas idiotizado con esa vieja, eh» Sí. ¿Qué cosas, no? Y qué recuerdos. «ay, y esta cosa que me tienta usarla.» No le hagas, Memo, y esa onda de dónde la sacaste. ¿Pues a qué te dedicas? «Es sólo un arma, no exageres. Es para defenderse, ¿no?» Pero... bueno, te entiendo. Yo igual ando armado. Quizá esto nos hace sentir más seguros, más valientes... «No te creas. No la he usado. Esto nada más atrae cosas peores, y me hace sentir como en algo en que no seré yo al final...» Entonces, guárdala. No vaya a suceder que en la guía de personajes aparezca tu fecha de desaparición... «Ja ja, sí, no apareceré para la próxima temporada...» Recuerdas a ¿Lucy Paulina? «La que hablaba como Marge Simpson... claro.» Pues fíjate que su voz se debía a que había nacido mal del corazón. No lo sabía, me lo dijo una vez su prima. «¿la Basofia?» Ja ja ja, ese fue de seguro Kene. Me cae que sí.

Recuerdo el olor a cigarrillo, cuando te acompañaba saliendo de la escuela, en esos lugares que frecuentabas para jugar las maquinitas. Te privabas. Y lo peor de aquel día que salimos después de darte tu buena dosis de King of Fighters, nos encontramos a Motor, tu pandillero favorito. Como siempre, te puso aquella navaja cerca de tu cuello, y te tomaba de los cabellos. Al final tenía que darle mi dinero para que no te hiciera nada. Una de las cosas que no me gustó es que hayas conocido a Erick, ya ves, nada más te corrompió. Al final resultó que vendía mota y lo atraparon. Siento que él tuvo la culpa. Ibas en un buen camino, pero preferiste seguirle los pasos hasta cambiar de planes. Tu modo de vida. En fin, cada quién tiene su sendero diferente... Recuerda, Memo. This weapon is your life... «Ja ja ja, sigues de FilosoFER....»

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