sábado, 14 de febrero de 2009

Deteniendo el Mundo

Don Gaspar enseñaba la línea dura de su linaje: que el silencio interior debe ganarse mediante una presión disciplinaria coherente. Tiene que ser acumulado o almacenado parte por parte, segundo por segundo. En otras palabras, uno tiene que obligarse a sí mismo al silencio, aunque sea por unos pocos segundos.

De acuerdo con don Gaspar, era de común conocimiento entre los nauallis que, si uno persiste en ello, la perseverancia vence al hábito y, de esa manera, es posible arribar a un umbral de segundos o minutos acumulados, que difieren de persona a persona. Si el umbral del silencio interior para un individuo cualquiera es, por ejemplo diez minutos, una vez que haya alcanzado ese umbral, el silencio interior se produce por sí mismo, por así decir, por cuenta propia.

Se me había advertido de antemano que no había forma posible de conocer cuál podría ser mi umbral individual y que la única forma de averiguarlo era a través de la experiencia directa. Eso es exactamente lo que me ocurrió. Siguiendo la sugerencia de don Gaspar, había persistido en obligarme a permanecer en silencio y, un día, mientras caminaba por el boulevard, alcancé mi misterioso umbral.

Supe que lo había alcanzado porque, en un instante, experimenté algo que don Gaspar me había descrito con todo detalle. Lo había denominado detener el mundo. En un abrir y cerrar de ojos, el mundo dejó de ser lo que era y, por primera vez en mi vida, tomé conciencia de que estaba viendo energía como fluía por el universo. Tuve que sentarme sobre una banca de concreto, pero sólo lo sabía intelectualmente, a través de mi memoria. Pero lo que yo experimentaba era que estaba descansando sobre energía. Yo mismo era energía y lo mismo pasaba con todo cuanto me rodeaba. Había anulado mi sistema de interpretación.

Después de ver la energía directamente, comprendí algo que en ese momento me horrorizó, algo que nadie, salvo don Gaspar, logró explicarme satisfactoriamente. Tomé conciencia de que, a pesar de que estaba viendo por primera vez, durante toda mi vida había visto fluir la energía en el universo, pero no había tomado conciencia de ello. Ver la energía que fluye en el universo no era novedoso. Lo novedoso era el interrogante, que surgió con tanta fuerza que me hizo volver al mundo de la vida cotidiana. Me pregunté qué era lo que me había impedido que me diera cuenta de que había estado viendo la energía fluyendo por el universo durante toda mi vida.

Aquí entran dos cosas en juego. Una es la conciencia general. La otra es la conciencia particular y deliberada. Todo ser humano en el mundo, en alguna medida, es consciente de ver fluir la energía en el universo. Sin embargo, sólo los nauallis son especial y deliberadamente conscientes de ello. Para tomar conciencia de algo que uno percibe en forma general, hace falta energía y una férrea disciplina para adquirirla. Tu silencio interior, que es producto de la disciplina y energía, logró tender un puente sobre el abismo que existe entre la conciencia general y la conciencia particular”.

Don Gaspar explicaba que lo que yo había experimentado en el momento en que detuve el mundo era el resurgimiento de mi esencia verdadera, y que esa configuración energética era la que siempre había sido capaz de ver fluir la energía por el universo.

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