sábado, 26 de enero de 2008

Los señores del tiempo

Tumbado en la cama, con la cabeza sobre la almohada, y escuchando sólo el tic-tac del reloj. Son las 6.30 am. Y sólo estoy pensando en lo último que había sucedido, mejor dicho, en todo lo que había transcurrido desde la semana pasada. Parece irreal, o cotidiano. La voz distante. Miro mis libros, mi maleta, el reproductor de CD y mis audífonos. Cuántas cosas pendientes: lecturas inconclusas, lecturas que necesito realizar, una investigación pendiente, y unas transcripciones que parecen infinitas.

"¡Qué tal, Fab! Pues sólo te llamaba para decirte que Armando Palomas va a tocar esta noche! Avísame si piensas ir para vernos por allá..."

Descubrí que me había apoderado de un género musical que jamás había apreciado, o más bien que significaba más allá del arte de un autor, era parte de un soundtrack.

"Ay, Fabián, a esos conciertos se va con una Niña, no con un Niño..." --Sí, tenía razón. Pero la niña que me había contagiado de esta música no se encontraba cerca de mí... Así que el profesor Niño, que me había dado la noticia... pues sí, él conoce de esa música.

Suprime el recuerdo. Suprime el recuerdo. Suprime el recuerdo.

Abro los libros que me proporcionó el profe Navarrete para mi investigación. No logro concentrarme. Algo sucede. Una llamada telefónica para confirmar mi entrega de las primeras transcripciones. Un poco de música para apaciguar mi desasosiego. Un garabateo en mi cuaderno de notas con el intento de canalizar la emoción que estaba corriendo en mi cuerpo hasta terminar electrocutando mi mente. Por eso estoy tumbado en la cama, con la cabeza sobre una almohada.

Cerré los ojos para poder eliminar el fastidioso sonido de las manecillas. Sentía como una presión en mis acciones.

"Señores del tiempo, señores del tiempo, necesito hablar, necesito hablar. Señores del tiempo, señores del tiempo, necesito ver más allá del horizonte. Señores del tiempo, señores del tiempo, quiero abrir el puente que me une a lo abstracto, quiero desaparecer por un instante, quiero saber por qué la energía me fluye a través de un agujero. Señores del tiempo, señores del tiempo, yo sé que me escuchan y que están ahí. Señores del tiempo, señores del tiempo, permítanme ver, permítanme escuchar, permítanme tocar lo que está a la distancia. Señores del tiempo, señores del tiempo, solícito una audiencia..."

Y el claro de la luna me iluminaba. Estaba frente a tres hombres. Un hombre viejo que tenía una capa raída y cuya corona era color negro. Un hombre joven, que estaba en medio de los dos, con capa inmaculada y cuya corona era color blanco. Un hombre adulto, de mirada hosca, capa y corona gris. Me saludaron.

"Aquí estamos, joven mescalero. Tu audiencia ha sido aceptada. No necesitas decirnos qué es lo que necesitas que nosotros hagamos, sabemos bien que tienes ganas de elevarte y de mirar la tierra desde las nubes. Quieres apretar entre tus manos una daga para que sientas el verdadero dolor del sufrimiento y así poder reprocharle a los sentidos que lo que padeces no es nada en absoluto. Quieres correr como venado a través de aquella jungla y perderte entre las ceibas para que los cazadores oscuros no te eliminen. Sabes muy bien que todo lo que has hecho hasta el momento es sólo el cultivo de tus semillas; no desesperes mi joven mescalero, tu cosecha será abundante, pero para eso tendrás que ser paciente. No tienes más opción que seguir el camino que te dejaron tus preceptores: decir lo que sientes, para no acumular el sentimiento; actuar de inmediato, porque no existirá otra oportunidad; Vencerte a ti mismo a cada instante que te veas reflejado en las mismas personas. Dejar de pensar en que algún día podrás alcanzar aquel astro luminoso que con su brillo te atrae constantemente; deja de ser el ser ambicioso..."

"Señores del tiempo, los he convocado para que me ayuden. Necesito que me proporcionen las armas para esta nueva batalla. Necesito salir airoso, no importa el costo..."

"Sacrificio, es todo lo que te pedimos para darte lo que necesitas..."

Sacrificio. Sacrificio. Sacrificio.

"Hola, Fabián, ¿qué tal, cómo has estado, tienes planes para este fin de semana?"

No, no tengo ninguno, y aunque lo tenga, estoy hasta el cuello de trabajos. ¿Cómo te va con tu chica?
"Bien, pero me siento cursi. Más bien, creo que ella me ha hecho cursi." ¿Por qué lo dices? Si veo que se quieren demasiado. "Sí, en eso tienes razón. Es que la quiero tanto".
Sí, pero eso no es ser cursi, Erani. Cursi es aquel que dice lo que siente sin tener a alguien a su lado, y sólo dice esas cosas como parte de un ideal, ¿me entiendes?
"Vaya, que bueno que me lo aclaras, ya me sentía cursi con mis tonterías... ¿Y qué tal tú?" Igual que siempre, ya estoy acostumbrado, mi buen.

"Señores del tiempo, el día está avanzando. Señores del tiempo, ya es tarde. Señores del tiempo, ya es de noche. Señores del tiempo, sé que no debo pensar en el porvenir. Señores del tiempo he violado una ley, he visto más allá de los linderos. Señores del tiempo, he hablado más de la cuenta, he revelado secretos, he visto a través de las personas, he llamado con la mente, he buscado al aire para enviar mensajes, he usado la tierra para esconder mis enojos y mis tristezas. Señores del tiempo, he usado los sueños para visitar parajes espirituales. Señores del tiempo, he caminado al lado de las sombras y les he hablado de mi mundo. Señores del tiempo, siento que la vida tiene y no tiene sentido. Señores del tiempo, les doy gracias por la audiencia. Señores del tiempo, señores del tiempo, señores del tiempo. Señores del tiempo, no les pido sabiduría, no les pido un don, no les pido más que una sola arma: tiempo al tiempo..."

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lunes, 21 de enero de 2008

Mirada ausente

"Las razones del mescalero son muy sim­ples, pero de extremada finura. Rara vez tiene el mescalero la oportunidad de ser genuinamente impecable pese a sus sentimientos básicos. Tú me has dado tal inigualable oportunidad. El acto de dar, libre e impecablemente, me rejuvenece, renueva en mí la idea de lo maravilloso. Lo que obtengo de nuestra relación es en verdad algo de tan incalculable valor para mí que estoy irremediablemente endeudado contigo".

La noche comenzaba a ser reveladora en todos los aspectos. Después de una buena dosis de anécdotas que le sucedieron a don Celestino en su viaje a Mérida, Yucatán; yo le conté acerca de la maravillosa ciudad de Matamoros. Por un lado el viaje de ida y la estancia en aquella ciudad, me hizo una enorme reconfortación. Mis sentidos se agudizaron, y sentía que me había conectado con todo el ambiante del lugar. Sin embargo, le confesé a don Celestino que tras el viaje de regreso, no me sentía tan inadaptado como me suele pasar cada vez que viajo. Don Celestino chasqueó la lengua; no tenía ninguna respuesta a mi extraña sensación. No obstante, le conté que aquel viaje de alguna forma me había afectado demasiado, porque ahora me siento con una extraña irresponsabilidad.

Don Celestino rió, no por la actitud que yo había definido, sino porque me recordó lo que le contó una vez don Gaspar cuando se dirigían a Catemaco. Don Celestino respiró profundo y con una sorprendente imitación, la voz de don Gaspar fue revivida: "Soy el naualli; desperté tu esencia con el brillo de mis ojos. Los ojos de todos los seres vivientes pueden despertar las esencias, sobre todo si están enfocados en la voluntad. Bajo condiciones normales la gente enfoca los ojos en el mundo, en busca de comida, de refugio, de protección, o en busca del amor".

Le señalé a don Celestino que don Gaspar se burlaba constantemente de mi bús­queda de amor. Nunca olvidó una respuesta ingenua que le di cierta vez al preguntarme él qué buscaba yo en la vida. En aquella ocasión, don Gaspar, me había estado guiando hacia la admisión de que yo no tenía metas claras en mi vida. Pero bramó de risa al oírme decir que yo buscaba amor. Le pregunté a don Celestino, ya que mencionaba aquella escena, si los mescaleros podían hipnotizar a la gente con la mirada. Con una enorme carcajada, me dijo que en realidad lo que yo quería saber era otra cosa: si podía hip­notizar a las mujeres con mi mirada, pese a que mis ojos no estaban enfocados en la voluntad, sino en el mundo, en busca de amor.

"Lo que te interesa es la paradoja del mescalero, sin embargo, la válvula de seguridad de los mescaleros consiste en que cuando llegan a enfocar su ojos en la voluntad, ya no les interesa hipnotizar a nadie. No obstante, para mover con el brillo de sus ojos la esencia propia o una ajena, los mescaleros tienen que ser despiadados. Es decir, deben estar familia­rizados con el sitio donde no hay compasión. Esto es en especial cierto para los nauallis".

Dijo que cada naualli desarrolla una forma es­pecífica de no tener compasión. Tomó mi caso como ejemplo y dijo que mi confi­guración me hacía ocultar automáticamente mi falta de compasión tras la máscara de un hombre que se entrega fácilmente a todo.

"Los nauallis son muy engañosos. Siempre dan la impresión de ser lo que no son, y lo ha­cen tan bien que todo el mundo les cree, hasta los que mejor los conocen."
"Realmente no comprendo por qué dice usted que soy engañoso".
"Te presentas como un hombre que se da a todo. Das la impresión de ser generoso, de tener gran compasión. Y todo el mundo está convencido de tu autenticidad. Hasta jurarían que eres así".

"¡Pero así es como soy!"

El rumbo que estaba tomando la conversación era desastroso y quise poner las cosas en claro. Aseguré, con vehemencia que yo era sincero en todo cuanto hacía. Lo desafié a que me diera un ejemplo de lo contrario y él me dio uno. Dijo que yo, compulsivamente, trataba a la gente con una generosidad injustificada, dando una falsa imagen de mi desenvoltura y franqueza. Yo argumenté que esa franqueza era mi modo de ser, pero él me replico con una pregunta: ¿por qué exigía yo siempre a la gente con quien trataba, sin decirlo abiertamente, que se dieran cuenta de que yo los engañaba? Le respondí que él estaba errado y el, riéndose, señaló el hecho de que, cuando no capta­ban mi juego y daban por auténtica mi supuesta franque­za me volvía contra ellos con la misma fría falta de com­pasión que trataba de ocultar.

Sus comentarios me causaron una gran inquietud, pues no podía refutarlos. Guardé silencio. No quería mostrarme ofendido.

"No quiero ser grosero, pero necesito sa­ber más de esto. Me molesta inmensamente lo que usted me acaba de decir".

"Haz que tu esencia se despierte. Muchísimas veces te habían mencionado de las máscaras de los nauallis y del no tener compasión. ¡Acuérdate! Y todo te será claro".

Me miraba con franca expectativa. Debió de haber notado que yo no podía acordarme de nada, pues conti­nuó hablando sobre las diferentes maneras en que los na­uallis escondían su falta de compasión. Dijo que su pro­pio método consistía en someter a la gente a una ráfaga de coerción oculta bajo una supuesta capa de compren­sión y racionabilidad.

"¿Y las explicaciones que usted me da? ¿No son acaso resultado de una auténtica racio­nabilidad y del deseo de ayudarme a comprender?"

"No. Son el resultado de no tener compasión".

Argüí que mi propio deseo de comprender era auténtico. El me dio unas palmaditas en el hombro, y afirmó que mi deseo de comprender era auténtico, pero no mi generosidad. Dijo que los nauallis ocultan automáticamente el no tener compasión, aun contra su voluntad.

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miércoles, 16 de enero de 2008

Confianza & Humildad

Recuerdo que en mis años de infancia, mi padre solía llevarme a la biblioteca y dejarme deleitar con los libros y con las imágenes "espeluznantes" de aquellas páginas; a esa edad sentía que el mundo comenzaba a revelarse. Disfrutaba cada fin de semana leyendo un libro, y si no podía finalizarlo, mi padre los solicitaba y los llevaba a casa... Sin embargo, sucedió un tremendo cambio en aquella rutina: Mi padre se fue de casa para continuar su preparación... y yo me quedé en casa jugando con las piedras, mi único medio para seguir ejercitando mi imaginación. A su regreso, yo ya había perdido el gusto por los libros, no obstante, sólo un regalo pudo quizá revivirme... un libro, y que aún tengo hacinado en mi biblioteca, pero que sigue ahí: El libro de la imaginación, una antología de cuentos que realizó Edmundo Valadés.

Esto es sólo un pequeño recuerdo. Sí, lo sé... lacónico. Pero que responde muchos enigmas, cuando me siento al borde de la cama, y descubro que tengo un libro en las manos. Ahora sé que para poder apaciguar mi mente, decido escribir. Lo que sea, no importa el tópico. O también, en ocasiones, darme una buena dosis de mezcal, provoca el mismo aliciente. Escribir para mí, a veces, es un escape a un mundo inverosímil en el que yo suelo convertirme en un mescalero. Quizá mi mente se está pudriendo de tanta estupidez, pero así soy yo, y me fascina esta idea.

Aún así, escribir, además de cubrir mis ansiedades, es mi adiestramiento. Es parte de mi vida; es mi medio con el que busco cumplir escrupulosa e impecablemente, todas las complejas prácticas que requieren de disciplina y un tremendo esfuerzo y que, si logro culminarla, me consumiré con un fuego interno que me hará desaparecer de este mundo, libre y sin dejar huella alguna.

En mi adolescencia, era un ser incomprendido por mis semejantes. Era necio (aún no sé si lo sigo siendo); odiaba a la gente por cualquier cosa, e incluso me quejaba por cualquier cosa. El resto de mis compañeros insiste que aún sigo siendo esa persona. Aún no he destilado todo ese peso de actitud. Soy un ser inseguro, desconfiado... la confianza... Sí, esa palabrita que sigue resonando en mi cabeza. Y ahora que lo recuerdo, en mis inicios, Loreto me comentó acerca de aquel sustantivo abstracto... Me dijo que la confianza es fundamental en un mescalero, y que la confianza que nosotros debemos ejercer no es la misma a la que posee un hombre común, pues el hombre común al andar "prendido" del mundo y "enganchado" a sus semejantes, busca la certeza en los ojos de quien lo mira actuar y cree que eso es confianza en sí mismo.

El mescalero, en cambio, tras cumplir con todos los requisitos de su sendero, se convierte en un hombre disciplinado, y así, tiene un objetivo muy claro, ya que busca la impecabilidad en sus propios actos y sentimientos: esto es la humildad. Mientras que el hombre común está enganchado a la gente y "manosea" al mundo; el mescalero sólo depende de sí mismo. La confianza implica conocer las cosas con certeza total; la humildad implica ser impecable en los propios actos, pensamientos y sentimientos, porque todo lo que somos y hacemos depende de nuestro poder personal.

Es así que al final, un mescalero toma su destino, sea el que fuere, con la máxima humildad. No como base para quejarse, sino como base para librar sus batallas y aceptar sus desafíos. La humildad del mescalero no es como la humildad del pordiosero. El mescalero no se postra a los pies de nadie, pero al mismo tiempo no permite que nadie se postre a sus pies. El pordiosero al menor pretexto se postra a los pies de quien cree es superior a él, y sin embargo, cuando encuentra a alguien inferior a él, exige que se postren a sus pies.

La humildad depende de la impecabilidad, que es ya no estar enganchado a sus semejantes.

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martes, 15 de enero de 2008

El ánimo de un mescalero

Un aprendiz que se ha internado en los complejos caminos de este destino es consciente de que en cualquier momento puede morir. En cada acto que realiza pone toda su capacidad; no lleva en la mente "ganar perder"; pone en práctica todos sus conocimientos; evalúa, toma una decisión y actúa; se "deja ir" sin miedo ni ambición. Trata de pulir su espíritu, y la impecabilidad de sus actos, pensamientos y sentimientos es manifiesta. Cada acto es, por así decirlo, su último respiro en la Tierra, por lo cual le importa muy poco el resultado; lo que le interesa es perfeccionar su impecabilidad para pulir su espíritu. Un mescalero vive cada acto intensamente consciente de que muy bien puede ser el último. Así, pone en práctica todos sus conocimientos y deja que el poder fluya.

El mescalero confía en el poder de sus decisiones, las asume y actúa con el conocimiento pleno de que no tiene tiempo ni espacio para dudas, remordimientos o ambición. A diferencia del mescalero, el hombre común cree que tiene todo el tiempo y esa supuesta continuidad lo hace tímido, porque duda y se arrepiente o piensa que tendrá tiempo para intentarlo de nuevo o "componerlo". El común de la gente va de acto en acto sin pensar ni luchar. Por el contrario, un mescalero sabe que no tiene tiempo y, por tanto, no se aferra a nada y realiza cada uno de sus actos como si fueran lo último que hará en la Tierra.

Un mescalero es un cazador impecable que anda en busca del poder. Por lo mismo no es un fanfarrón, ni exhibicionista, ni tiene tiempo que perder, ni para engañarse, ni para dudar o equivocarse. Lo que él pone en juego, porque la muerte lo anda cazando, es todo el trabajo y esfuerzo que le ha requerido el perfeccionar su vida para volverla ordenada, disciplinada y sobria.

En el camino del mescalero, él debe entonar a su espíritu en el ánimo correcto. Buscar la perfección del espíritu es la única actividad verdadera de nuestra hombría. Un mescalero es inflexible en esa búsqueda y para ello mantiene una actitud frente a la vida y las cosas de la vida que le permite liberarse del miedo, de la ambición, de la queja y la tristeza. Sabe que nadie le hace nada a nadie; que uno mismo se hace daño con la gente y con los sentimientos. No está enganchado con nada ni con nadie. Por ello, necesita del ánimo correcto para librar cada batalla sobre la Tierra, pues él sabe que sin ese ánimo se "afea y enchueca". No hay poder en una vida que carece de este ánimo. A un mescalero nadie le hace daño, nadie lo presiona, ni lo mueve, ni lo obliga a hacer cosas que él no quiera. No puede ser una hoja al viento o una lata vacía que la gente anda pateando moviéndola hacia todas partes y a ninguna:

Un mescalero, cuando toma una decisión, se deja ir, y cuando ella fluye en sus actos y en su ánimo le da templanza y fortaleza porque está entrenado para sobrevivir, y siempre sobrevive de la mejor forma. Para un aprendiz no existe nada ofensivo en los actos y pensamientos de sus semejantes, siempre y cuando él actúe dentro del ánimo correcto.

Un mescalero, antes que nada y sobre todas las cosas, es un hombre. Un hombre humilde consciente de sus limitaciones, pero también de sus potencialidades; sabe que debe aprovechar la maravillosa oportunidad de estar vivo y sabe que su vida puede acabar en cualquier momento. Sabe qué quiere de la vida y usa al mundo para lograrlo. Él sabe que es un camino difícil y casi imposible. Pero ya no hay nada en el mundo cotidiano que satisfaga a su espíritu.

El mescalero trata de usar ese mundo cotidiano con ternura y sutileza; no se embarra ni se aferra a las personas, a los sentimientos o a los objetos. Él es muy ambicioso, ambiciona lo casi imposible y no está dispuesto a conformarse o engañarse con nada. Sabe que tiene muy pocas oportunidades y, sobre todo, muy poco tiempo. Se prepara incansablemente a través de una férrea disciplina; fortalece su cuerpo y perfecciona su espíritu; su campo de batalla es el mundo y la vida cotidiana. El torbellino de las fuerzas centrífugas que nos arrastran a la imagen de nosotros mismos y la idea que tenemos del mundo y de la vida requieren de un gasto inmenso de nuestra energía. Y cuando el mescalero pierde poder, se pone viejo y gordo de la noche a la mañana, y como la muerte siempre lo está acechando, en el momento que el poder de un mescalero mengua, su muerte simplemente lo toca.

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lunes, 14 de enero de 2008

Más allá de lo accesible

Aún sigo recordando que para mantener la imagen de uno mismo, el hombre común, a la menor provocación, está deseoso de decirle a quien le quiera escuchar "quién es él" o, más bien, quién supone él que es. El contar una y otra vez nuestra vida a quien se deje, además de alimentar nuestra importancia personal nos permite autoafirmarnos en este mundo de pensamientos.

Mantener la imagen de nosotros mismos requiere de un descomunal gasto de energía, por lo que un aprendiz deberá ir "borrando" poco a poco su historia personal; esto no es dejar de hablar del pasado, sino, simplemente, "usarlo" de manera de referencias e impersonal. La importancia personal nos lleva a mantener nuestra historia personal. A través de la historia personal alimentamos nuestra importancia personal y ésta nos impide apreciar el mundo en el que vivimos.

La libertad ilimitada nos da el ser unos desconocidos: si nadie nos conoce en verdad, no tenemos que andar dando explicaciones y así nadie se enoja o se desilusiona de nuestros actos. Esta libertad es la que el aprendiz necesita para transitar en su nuevo sendero.

Cuando un aprendiz ha tomado la decisión de seguir este sendero, debe hacerse responsable de esta decisión entendiendo que no le queda tiempo para fanfarronear, ni para lamentarse, ni para equivocarse. El aprendiz sabe que es un cazador de poder o conocimientos, pero que el cazador será también cazado por la muerte. Así que cuando un mescalero se siente mal, cuando todo se le viene abajo, deberá preguntarle a la muerte si todo eso es cierto. La muerte le dirá que nada de eso es cierto, la muerte le dirá "todavía no te he tocado".

El desafío del aprendiz es transformar la rutinaria vida cotidiana en un espléndido campo de batalla, y es lograr sustraerse del torbellino de los pensamientos y de los actos cotidianos. El hombre común encuentra en sus rutinas el escudo con el que se protege del maravilloso y aterrador mundo que nos rodea. Mantener la conciencia de la vida se logra al romper nuestras rutinas.

El aprendiz es un cazador que anda en pos del conocimiento que se encuentra agazapado y acechante en nuestra cotidianidad. Romper las rutinas de la vida es transformar ese mundo soso y aburrido en uno maravilloso, misterioso y aterrador. El aprendiz como cazador no sólo debe cazar, sino que él mismo no debe actuar como si fuese una presa. El aprendiz debe, por decirlo de algún modo, "andar de puntitas" y "alerta" por el mundo, para sacarle el mayor provecho a su vida.

Los hombres comunes se la pasan en medio del camino golpeándose y confortándose con cualquier socio voluntario; están "metidos" en sus ires y venires; son obvios y evidentes. Ser inaccesible significa que un mescalero "está y no está"; ser inaccesible no significa que deba estar escondido, porque de ser así, todo el mundo sabrá que está escondido.

Ser inaccesible es una condición del mescalero para no "embarrarse" en el mundo de los sentimientos y las personas. Ser inaccesible significa tocar lo menos posible el mundo y es tratar, a propósito, de ponerse fuera del alcance de la gente; no aferrarse ni agotarse a lo que de normal se aferra.

Ser inaccesible significa que un mescalero no maltrata ni deforma al mundo, no explota ni exprime a las personas, y menos a los que ama. La inaccesibilidad le permite estar en el mundo y no deformarlo; sólo lo usa impecablemente y luego parte sin que nadie se dé cuenta de su llegada, ni de su partida.

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sábado, 12 de enero de 2008

7 principios y 3 reglas

Los 7 Principios:

1. Elegir el campo de batalla.
2. Eliminar todo lo innecesario.
3. Se debe estar dispuesto en cualquier momento a entrar en batalla (pero no a lo loco).
4. Se debe descansar, olvidarse de sí mismo y no tener miedo.
5. No puede dejarse ir con la corriente; cuando no se pueda avanzar, debe retirarse momentáneamente y ocuparse en otra cosa.
6. Se debe saber comprimir el tiempo (no puede desperdiciar un instante).
7. Nunca se debe exponer nuestro juego y no ponerse al frente de nada.

Las 3 Reglas:

1. Todo lo que nos rodea es un misterio insondable.
2. Debemos tratar de descifrar el misterio sin tener la menor esperanza de lograrlo.
3. Consciente del insondable misterio que lo rodea, uno mismo se toma un legítimo lugar como un misterio más; por consiguiente, el misterio de ser no tiene límite.

la aplicación de los 7 principios y de las 3 reglas, resulta lo siguiente en un mescalero:

1. Nunca se toma en serio, se ríe de sí mismo y como puede hacer el papel de tonto, puede hacer tonto a cualquiera.
2. Nunca tiene prisa, nunca se irrita y tiene una paciencia sin fin.
3. Aprende a tener una capacidad infinita para improvisar.

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martes, 1 de enero de 2008

El espíritu de un mescalero

En el camino del mescalero hay un momento en que éste se debe despedir del mundo de sentimientos y afectos que lo acompañaron durante toda su vida. El maestro le enseña al aprendiz a ir soltando, poco a poco, todas aquellas cosas a las que el aprendiz se aferra; sin embargo, siempre quedan algunas cuantas que el aprendiz debe guardar, unas cuantas que le proporcionen, en los momentos necesarios, alegría y bienestar. Pero llegado el momento, también estas cosas se deben soltar. Al ya no vivir aferrado a los sentimientos de la vida cotidiana se le llama perder la forma humana. Por eso, como un mescalero sabe lo que está esperando, no quiere nada. Mientras espera deleita a sus ojos con todo lo que contempla del mundo; un mescalero cuando mira al mundo, ríe.

Perder la forma humana no es asumir una actitud superficial de indiferencia o negligencia ni de enajenación o soledad. Es más un sentimiento de lejanía, una especial capacidad de vivir todo intensamente pero sin tener pensamientos. Las acciones de las personas ya no tienen valor porque no existen expectativas. En un mescalero sin forma humana ya no hay lugar para los celos, la tristeza, las envidias, los enojos, los amores o las pasiones humanas; éstas nos impiden ser libres. El no tener forma humana no implica ser sabio, pero sí poder detenerse un momento antes de actuar.

La contemplación es una excelente herramienta que permite pulir la conducta; la contemplación es una conducta especial que está determinada por ciertos principios; es una conducta agazapada, furtiva y engañosa, que tiene como objetivo dar una sacudida mental al aprendiz. Algún alucinógeno tendría el mismo efecto, sólo que, por una parte, con muy alto costo para el cuerpo y, por otra, se puede perder en el camino. Contemplarse es el método que diseñaron los mescaleros para despertar la esencia, usando su propia conducta de manera astuta y sin compasión.

El mescalero debe tener conciencia de la muerte, pero con desapego; con ello llega la sobriedad y la belleza. En lo único que tiene certeza es que deberá morir, por lo que, en consecuencia, actúa: tiene paciencia sin dejar de actuar, acepta sin ser estúpido, es astuto sin ser presumido o fantoche, y puede, sobre todas las cosas, llegar a no tener compasión al no entregarse a la importancia personal.

La recapitulación, en apariencia, es recordar lo vivido, pero en realidad es una técnica muy refinada y compleja que desarrollaron los mescaleros para despertar la esencia. La recapitulación comienza en el esfuerzo por recordar los eventos más importantes de la vida, para después recordar todos esos eventos con detalle y en una continuidad. Después se debe hacer un esfuerzo para revivir nuevamente cada uno de esos eventos; que el cuerpo recuerde y reviva lo que sintió en esos momentos; que la esencia despierte en el lugar preciso en el que estaba cuando ocurrieron los eventos que se están reviviendo; a esto se denominó acordarse.

Lo contrario a tenerse lástima a sí mismo es no tenerse compasión. El tener una idea muy exaltada de sí mismo produce, como consecuencia, una gran importancia personal. Esta les estorba, les hace rudos, vanidosos y pretenciosos; pero, además, la importancia personal viene acompañada de la compasión por uno mismo. Cuando la importancia personal se estrella con un tirano o con el mundo que insiste permanentemente en no ajustarse a los pensamientos, la importancia personal se convierte en la conmiseración por uno mismo. Cuando un mescalero desplaza su importancia personal, en su vida cotidiana dejan de existir los odios, los enojos, los resentimientos y adquiere el desatino controlado que fluye suavemente.

El torbellino de la vida cotidiana (angustia, preocupaciones, posesiones, frustraciones, miedos, etc.) ocupa toda la atención y no permite darse cuenta que uno está unido con todo lo demás. Es así que un mescalero es un ser impecable en sus actos y sentimientos, de gran flexibilidad, de recursos fluidos, de gustos y conducta refinados; en síntesis, es un ser cuyo trabajo es pulir todos sus bordes cortantes y una de las más importantes es su conducta. Un mescalero siempre está atento contra la natural brusquedad de la conducta humana.

La humanidad hace mucho tiempo tenía su centro en lo abstracto y por eso, el mescalero debe luchar inflexiblemente para regresar a ese centro. Los mescaleros y los hombres comunes no necesitan maestros, guías o ayudas. Todo empieza en ellos, está en ellos y termina en ellos. Lo importante es que el individuo esté consciente de sus posibilidades, que posea una disciplina férrea, que mantenga un esfuerzo sostenido y un intento inflexible. Su campo de batalla está en el mundo cotidiano y el enemigo a vencer es él mismo.

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