viernes, 23 de julio de 2010

La apariencia de Rosaura

Llevé a Rosaura hasta el auto. Ella a duras penas mantenía el equilibrio. Se sintió mal y se desplomó junto a la puerta del auto. Le di un poco de agua. Se negó. A mí me preocupaba una posible pérdida de calor corporal. Murmuró que tenía que estar desnuda si quería que el viento la curase. Quedó arrinconada en la llanta del auto. Tenía los ojos rojos. Se la veía francamente mal.

"Hay algo que debo decirte. El Naualli me preparó para esperarte, tenía que esperarte, así tardases veinte años. Me dio instrucciones sobre cómo seducirte y quitarte el poder. Él sabía que, tarde o temprano, te "aferrarías" en alguien, así que me indicó que aguardase ese momento para hechizarte y tomar todo lo tuyo. El Naualli dijo que si yo vivía una vida impecable, mi poder te traería cuando no hubiese nadie más a tu alrededor. Mi poder lo hizo. Estuviste indefenso cuando todos se habían ido. Mi vida impecable me había ayudado. Todo lo que me quedaba por hacer era tomar tu poder y luego matarte".

"¿Pero para qué quería hacer una cosa tan horrible?"

"Porque necesito tu poder para seguir mi propio camino. El Naualli hubo de disponerlo así. Tú eras el elegido; después de todo, no te conozco. No significas nada para mí. Así que, ¿por qué no iba yo a quitarle algo que necesito tan desesperadamente a alguien que para mí no cuenta? Esas fueron las palabras del Naualli".

"¿Por qué iba el Naualli a querer hacerme daño? Tú misma dijiste que se preocupaba por mí".

"Lo que yo te he hecho esta noche no tiene nada que ver con sus sentimientos hacia ti ni hacia mí. Esta es una cuestión que sólo nos afecta a nosotros. No ha habido testigos de nada de lo que hoy sucedió entre ambos, porque ambos formamos parte del propio Naualli, pero tú, en especial, has recibido algo de él que yo no poseo, algo que necesito desesperadamente, el poder singular que te ha dado. El Naualli dijo que había dado algo a cada uno de sus seis hijos. No puedo llegar hasta Pablo. No puedo tomarlo de mis hermanas; así, tú eres mi presa. Yo hice crecer el poder que el Naualli me dio, y al crecer produjo un cambio en mi cuerpo. Tú también hiciste crecer tu poder. Yo quería ese poder tuyo, y por eso tenía que matarte. El Naualli dijo que, aun cuando no murieras, caerías bajo mi hechizo y serías mi prisionero durante toda la vida si yo lo desease. De todos modos, tu poder iba a ser mío".

"¿Pero en qué podría beneficiarte mi muerte?"

"No tu muerte, sino tu poder. Lo hice porque necesito ayuda; sin ella, lo pasaré muy mal durante mi viaje. No tengo bastantes agallas. Es por eso que no quiero a la mescalera. Es joven y le sobra valor. Yo soy vieja y lo pienso todo dos veces y vacilo. Si quieres saber la verdad, te diré que la verdadera lucha es la que se libra entre la mescalera y yo. Ella es mi enemiga mortal, no tú. El Naualli dijo que tu poder haría más llevadero mi viaje y me ayudaría a conseguir lo que necesito".

"¿Cómo diablos puede ser la mescalera tu enemiga?"

"Cuando el Naualli me transformó, sabía lo que a la larga iba a suceder. Ante todo, me preparó para que mis ojos mirasen al Norte, y, si bien tú y mis hermanas tienen la misma orientación, estoy opuesta a ustedes. Pablo, Fidencio, y Efraín están contigo; la dirección de sus ojos es la misma.

"Debo entrar al otro mundo. Donde está el Naualli. Donde están Celestino y Gaspar. No hay nada más importante para nosotros, los seres vivientes, que entrar en ese mundo. Te diré que para mí esa es la verdad. Para acceder a ese mundo vivo del modo en que el Naualli me enseñó. Sin la esperanza de ese mundo no soy nada, nada. Yo era una vaca gorda y vieja. Ahora esa esperanza me guía, me orienta, y, aunque no pueda hacerme con tu poder, no abandono el propósito".

Dejó descansar la cabeza sobre la carrocería, utilizando los brazos a modo de almohada. La fuerza de sus aseveraciones me había obnubilado. No había entendido cabalmente sus palabras, pero en cierto nivel comprendía su alegato, a pesar de que era la más sorprendente de cuantas cosas le había oído esa noche. Sus propósitos eran los propósitos de un mescalero, en el estilo y la terminología de don Gaspar. Nunca había creído, sin embargo, que hubiese que destruir a alguien para cumplirlos.

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