lunes, 12 de julio de 2010

Aprendices (3)

"Aunque Pablo no les caía bien a las niñas, porque ellas lo odiaban y lo temían a un tiempo, él permanecía por completo indiferente. El mundo no lo tocaba. El Naualli no quería que tú, especialmente, tuvieras mucho que ver con Pablo. Él decía que tú eras la clase de mescalero de la cual uno debe mantenerse apartado. Decía que el contacto contigo no renueva; por el contrario, echa a perder. Dijo que tu espíritu tomaba prisioneros. En cierto modo, le causabas repugnancia; a la vez, te tenía afecto. Decía que estabas más loco que Magaly cuando te encontró, y que seguías estándolo".

Escuchar a Dilian decir lo que don Gaspar pensaba de mí me perturbaba. En un primer momento, intenté no hacer caso de lo que decía, pero luego comprendí que era algo absolutamente estúpido y fuera de lugar el tratar de preservar mi ego.

"Se molestaba contigo, porque el poder le ordenaba hacerlo. Y él, siendo el impecable mescalero que era, se sometía a los dictados de su amo y realizaba con alegría lo que el poder le mandaba hacer con tu persona".

Hubo una pausa. Deseaba con toda el alma preguntarle más detalles acerca de los sentimientos de don Gaspar hacia mí. En cambio, le pedí que me hablase de Yolanda.

"Un mes después de hallar a Pablo, el Naualli encontró a Yolanda".

"¿Cómo la encontró?"

"Había ido a ver a Goyo. Se acercaba a la casa, cuando Yolanda salió de entre los espesos matorrales que había a un lado del camino, tratando de dar caza a un cerdo que se había escapado y huía. El cerdo corría a demasiada velocidad para que Yolanda lograse darle alcance. Ésta tropezó con el Naualli y lo perdió. Entonces se volvió contra el Naualli y comenzó a chillarle. Él hizo el ademán de aferrarla y la halló dispuesta a darle batalla. Lo insultó y lo desafió a que le pusiera una mano encima. Al Naualli le gustó su talante de inmediato, pero no había presagios. Yolanda me contó que había aguardado un momento antes de marcharse; fue entonces cuando el cerdo regresó corriendo y se detuvo junto al Naualli. Ese fue el presagio. Yolanda rodeó al cerdo con una cuerda. El Naualli le preguntó a quemarropa si era feliz en su trabajo. Ella dijo que no, pues era criada. El Naualli quiso saber si estaba dispuesta a irse con él y ella le respondió que si era para lo que ella pensaba que era, la conclusión era que no. El Naualli le dijo que era para trabajar y ella se interesó por la suma que le pagaría. Él propuso una cifra y ella preguntó de qué clase de trabajo se trataba. El Naualli le dijo que se trataba de trabajar con él en un rancho escondido en la selva. Ella le dijo entonces que lo había estado probando; si él le hubiese propuesto trabajar como criada, hubiese sabido que no era más que un mentiroso, porque su aspecto correspondía a alguien que nunca en su vida había tenido casa.

"El Naualli estaba encantado con Yolanda; le dijo que si quería salir de la trampa en que estaba debía ir a la casa de Goyo antes del mediodía. También le dijo que sólo la esperaría hasta las doce; si iba, debía estar dispuesta a una vida difícil y llena de trabajo. Ella le preguntó a qué distancia se hallaba aquel rancho. El Naualli le respondió que a tres días de viaje en autobús. Yolanda dijo que, si era tan lejos, estaría pronta a partir en cuanto hubiese devuelto el cerdo a su chiquero. Y eso fue lo que hizo. Llegó junto a los demás mescaleros y gustó a todos. Nunca fue mezquina ni molesta; el Naualli no necesitó jamás forzarla a nada ni inducirla con engaños. Yolanda no me quiere ni a ti, en absoluto, y, sin embargo, es la que mejor nos cuida. Confío en ella, y, sin embargo, no la quiero en absoluto. Al poco tiempo de hallar a Yolanda, en tanto la mescalera seguía al cuidado de Loreto, el Naualli te encontró. Fuiste encontrado en medio de la selva. El Naualli vio que la muerte se cernía sobre ti, a causa de una picadura de nauyaca, y le extrañó que te señalase en tal momento. Hiciste reír al Naualli e inmediatamente te llevó consigo. Te curó, y como deuda, te dijo que vinieras y lo encontraras. Te hizo pruebas como nunca lo había hecho con nadie. Dijo que ese era tu camino".

Noté cierta tristeza en los ojos de Dilian. No podía seguir recelando. Con un movimiento casi fortuito, se enjugó las lágrimas. Llegados a este punto, hubo una natural interrupción en la conversación, pues yo tenía ganas de ir al baño.

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