sábado, 5 de septiembre de 2009

Las 4 disposiciones

El aire movía el cabello corto de la mescalera. Era una brisa marina. Veíamos el mar desde una estructura metálica. Yo realmente no sabía si el día estaba empezando, o si estaba finalizando. El mismo color de las nubes me parecía de ocaso, aunque igual de un amanecer, y con más razón al aire gélido de una típica mañana. La mescalera sonrió mientras dejaba al aire correr entre sus cabellos y me dijo que no me rompiera la cabeza, que sólo disfrutara del paisaje. Sea lo que sea, era un encanto aquel panorama. Y mientras la veía disfrutar aquella brisa, miré sus labios. Su sonrisa pizpireta, no sé, yo diría tímida, pero no, era alegre. Tenía tanto de misterio. Algo, algo estaba en ella que de repente me hizo verla. Le dije, te pareces tanto a ella que a veces pienso que me juegas una broma. Te transformas en ella y me lastimas.

"Te lastimas porque así lo deseas. Yo no hago más que disfrutar del aire y vivir este momento de ensueño". Y es que en verdad lo era. Su piel clara, sueve y tersa, cubierta por aquella blusa blanca de seda. Yo tenía frío, y ella, tan ligera, deseaba que en ese instante lloviera. Vi la enorme falda que me dio la impresión de ver un tapizado. Sus pies descalzos se meneaban, quizá siguiendo un ritmo que tenía en la cabeza. Yo, lo único en que pensaba era en ella. Y fue en ese instante, mientras el sol se mantenía fijo en el horizonte, acariciando la inmensidad del mar, cuando le dije: fue entonces cuando entendí que era mi voz la que provocaba todo el desastre. Mi voz suena con agresividad. Todo aquel que me escucha además de resultar lastimado, se asusta. Sí, ese es mi problema. Mi voz… Las asusto… Y ella me preguntó de qué hablaba. Que me dejara de estupideces.

Se lanzó de la estructura metálica y cayó al césped fino del lugar, luego de incorporarse, corrió hacia una luminaria, y se quedó ahí girando agarrada al poste, musitando o tarareando, quizá. Le grité por qué se alejaba de mí; me respondió que no soportaba mi actitud, que no entendía como acostumbraba a aguadar tales momentos con mis pensamientos triviales. Tanta importancia por las nimiedades, ¡pero era cierto! Entonces la volví a mirar, era ella, definitivamente. Sus ojos, su cabello… La mescalera me hacía sentir de lo más extraño. Me daba ganas de correr hacia ella y abrazarla, pero sabía que no se trataba de la misma persona. Quizá estaba tan obsesionado que la veía en todas partes, más en la mescalera. Pero, ¡caramba! Si tienen el mismo parecido.

Caminé lentamente hacia ella, y le dije: tengo que irme. Me martirizas, porque con sólo verte sé que juegas conmigo y te transformas en ella. ¿Qué caso tiene? Y me miró hoscamente de nuevo. Sólo me dijo que para sobrevivir como naualli debía aplicar las 4 disposiciones: el no tener compasión, el ser astuto, el tener paciencia, y el ser simpático. Insistió en que comprendiera que no tener compasión no significaba ser grosero; ser astuto no significaba ser cruel; tener paciencia no significaba ser negligente y ser simpático no significaba ser estúpido.

Me alejé y al darle la espalda a la mescalera, me encontré sentado frente a la biblioteca de la Universidad.

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