martes, 29 de septiembre de 2009

Citas, diálogos y comentarios

“Cuando duermes al lado de una persona tan cansada, empiezas a acompasar tu respiración a la suya, y es una respiración tan profunda que, en fin…, es posible que acabes inhalando toda la negrura que hay en su corazón”.
Sueño profundo. Banana Yoshimoto


Siempre había soñado contigo. Soñaba que algún día caminaríamos juntos aquel largo sendero adoquinado. Pero era sólo un sueño, una ilusión perfecta en la que podía refugiarme para sentirme bien. Una escena que me inspiraba la misma música, y que podía repetir constantemente, para poder vislumbrar los detalles.

Tal era mi mundo contigo. Nunca te llegaré a tener, pese a todos mis esfuerzos, pues como dicen: “hay cosas que aunque uno las quiera, uno sabe que no las ha de alcanzar”. Y la verdad hay tantos factores que influyen en tus decisiones, donde para mí, ni siquiera figura un chispa de esperanza. Simplemente no te interesa. Me atas las manos y bloqueas mi raciocinio. Advierto: no me haces perder la cabeza, pero tampoco significa que no busque la manera de acercarme a tus rutinas. Tú misma me has puesto a analizar el lugar en el que ahora estoy de pie, contemplando el vasto horizonte, lleno de gente mirando en la misma dirección, anhelando el futuro y esperando, pacientemente, cosechar a la hora en que despunta el alba.

Despierto, y me doy cuenta de que en el mundo, esa luz misteriosa que veía en las cosas, se va a apagando. Las cosas son cubiertas por la mortaja de la penumbra. Nadie más puede encender esa luz más que yo. Afortunadamente me queda gente que me aconseje, que me dé aliento, que me dé unas palmaditas en la espalda. Únicamente me falta ese elemento que cubra mi vaciedad: tú.


Dejé de escribir. ¡Caramba! Nunca había estado menos inspirado. Me levanté a tomar un vaso de agua helada. Recordé que tenía que hacer los exámenes. Realizar las correcciones de la redacción de mis alumnos. Lo más curioso es que me vino a la mente el comentario de mis amistades: "Me molesta que combines tu realidad con la fantasía"; "Tus diálogos son ajenos a la realidad literaria"; "No es verosímil". ¿Cuándo mi realidad se había fusionado con la fantasía? ¿Querrán acaso conocer aquella frontera? Yo escribo lo que me da la gana, siempre y cuando les guste a ellos. Dejé prendida la computadora; me pregunté qué había de bueno en la televisión (quizá esperando una señal). Tomé el control y puse un canal cualquiera, para mi sorpresa, transmitían El Gallo de Oro. Una de mis películas favoritas. Siempre me ha encantado la actuación de Ignacio López Tarso; lo comparo con Toshiro Mifune, no sé, quizá hago mal, pero los dos siempre me han parecido geniales.

No obstante, la película estaba en las últimas escenas. Era la pelea final del Gallo de oro, y la escena donde Dionisio Pinzón con el féretro de su madre, se aleja de la feria, y se escucha pregonar: "Uno llamado Dionisio Pinzón salió con su Gallo de oro, a buscar las ilusiones del mundo. ¡Ay, Dionisio Pinzón, sólo fuiste a buscar lo que nunca habías perdido! Que el que nace pa’maceta, no sale del corredor". Apagué el televisor, mientras no dejaba de reírme. De repente, en el reflejo de la pantalla, vi de pie un jaguar de fuego.

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sábado, 26 de septiembre de 2009

K’áak’ báalam

Sentí su lengua viperina unirse con la mía en un beso prolongado con sabor a veneno de alacrán que entumía mis sentidos; como veneno de nauyaca que intoxica la sangre y me gangrena la vida; como sabor a narcótico, a peyote amargo, ácido, caliente que adolece a mi cerebro y revela el verdadero rostro de mi desconocida amante: la muerte. Caigo en un terrible soponcio, y me descubro de pie en lontananza de una sombra femenina que recorta el paisaje tétrico de mi sueño.

Sí, sabía, estaba consciente de que me encontraba en un sueño. Un rugido me indicó que descifrara las señales. Cuando un rayo de sol surgió de la nada e iluminó a la sombra femenina, logré descubrir el rostro de aquella mujer: no tenía ojos, dos orificios oscuros contenían un extraño espacio nebuloso; carecía de boca también. Aquella señal me indicaba el Desinterés. ¿Era eso quizá lo que esperaba ver? El rugido me volvió a indicar que matara mis sentimientos, que me deshiciera de la forma humana. Surgió un torbellino de señales, todas me manifestaban las acciones que tenía que realizar ahora en mi nueva misión.

La oscuridad cayó en la atmósfera, y al sentir un gélido viento correr a través de mi corazón, me di cuenta que estaba de pie en el centro de la Bóveda solar. Una burbuja flotaba a doscientos metros de distancia. Parpadeé y vi un cuerpo que yacía inerte, en una extraña posición boca abajo. Al acercarme, vi la cara sudada de la mescalera. Su cabello húmedo tenía pasto o quizá vegetación marina. Abrió los ojos y me miró de soslayo: "pierde la forma humana". Y al decir esto, la mescalera se convirtió en una hermosa serpiente de agua.

Despierta naualli, despierta y enciende mi fuego.

Despierta de las profundas selvas de la inmortalidad.

Despierta naualli, dame mi nueva forma.

Despierta cazador solitario y oportunista, grande y poderoso.


Cayeron dos relámpagos al lado de mí. Y en la lejanía estaba ella de nuevo. Un pequeño río brotó a mis pies. La corriente llevaba a la serpiente de agua. Tomé con mis manos de aquel límpido líquido que al beberlo, me supo a miel. Tuve un mareo, y de repente comencé a sentir calor en mis orejas; en mi cabeza, y, posteriormente, en mi vientre. Algo se encendía en mi interior. Corrí en el espacio perpetuo mientras mi piel se iba descascarando y caía al suelo convertida en astillas metálicas. Sentí un fuego interno consumir mi pensamiento y en mi corazón no sentía más que furia al acelerar mi carrera. Pronto sentí que ya no corría como hombre, corría en cuatro patas impulsadas por un incentivo abstracto al que le otorgaba el atributo señalado por el Infinito.

Mi rugido emergió de la oscuridad. Era yo quién me ordenaba a mí mismo a no detenerme, a correr con prisa, a despertar en el ancho espacio de la Bóveda solar. Era yo de fuego. Era yo quien ardía y servía de tea. Era un jaguar de fuego concedido por el naualli. En aquella distancia eterna, atisbé entonces aquella silueta. Llegué al frente de ella, y cuando la franqueé, intentó acariciarme. Me quedé quieto, respirando lenta y profundamente, a la expectativa de sus movimientos. Mientras aferraba mis garras ígneas en la superficie fría, la silueta estuvo a punto de realizar un movimiento, mi rugido emergió como señal de ataque, a punto de abalanzarme, caí en mi cuerpo de naualli y desperté de mi sueño.

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domingo, 20 de septiembre de 2009

Breve plática sobre el Blog

"Recientemente me di cuenta de que tienes un blog. Me dieron ganas de leer todo lo que habías escrito, y me di cuenta de que aparecía yo. Y todo el aprendizaje acerca de los mescaleros hasta la última fase… Bueno, no exactamente todo. Has omitido las mejores partes de nuestra formación. Pero no estoy contenta por esto. Hay algo en el fondo que me molesta. ¿Cómo puedes hablar de nosotros? No me refiero a las enseñanzas, sino a nuestros encuentros. Pensé que eran íntimos. Me haces sentir accesible, y en especial tú. ¿No acaso te dijeron que borraras tu historia personal? Parece que dejas migajas en el camino… ¿para qué? No tengo la menor idea".

Me dijo la mescalera, y puso sus manos tapándose los ojos, dándome a entender su síntoma de fastidio. Y cierto, parece contradictorio, pues una conversación (como la de ahora) está siendo plasmada en este mismo blog. Respiré profundo y le expliqué a la mescalera, pacientemente, que así como lo decía, esas "migajas" eran para los otros mescaleros y nauallis en el universo. Para compartir nuestras mismas experiencias. No soy el único con un blog hablando acerca de las enseñanzas. Sin embargo, ha ocurrido que la gente que me conoce lea y vea mis ejercicios como algo literario. Incluso Gilberto me ha dicho que mis conversaciones con la mescalera le han parecido inverosímiles, pues no forman parte de una "realidad literaria".

La mescalera resopló. Me parecía que estaba apunto de asestarme una bofetada, un golpe definitivo y marcharse. Pero no lo hizo, me dijo que lo más triste que había leído, eran los textos más descriptivos acerca de mi "dolor" por conquistar a Hilda.

Le daba la impresión de que en vez de actuar como un naualli, actuaba como un hombre idiota, un ser ordinario que vuela al ras del suelo.

"No puedo frenar tu voluntad, es parte de tu formación, así respondes como mescalero. No puedo hacer otra cosa; sé que seguirás escribiendo sobre nosotros… de mí. Lo bueno de todo es que no toda la gente lee lo que escribes, más, por los millares de blogs que existen. Leerán lo que publiques, pero hasta eso, quizá sean selectos a la hora de leerte… Mira, nagualito, ya ni sé qué decir…"

Le dije que si no hallaba qué decir, es que en realidad no tenía nada qué decir. Nos quedamos callados por unos instantes, mientras el ruido de los camiones musicalizaba el fondo de nuestra escena. El cielo, lleno de nubes de lluvia, comenzaba a difuminarse entre distintos azules y un fondo plomizo. La mescalera me miró una vez más y me preguntó si escribiría sobre esta conversación. Le respondí que en efecto. Me miró con desdén, y dijo:

"Eres un imbécil…"

Se levantó y se fue.

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sábado, 19 de septiembre de 2009

Carta de resignación (sin destinatario)

Hay temas que me gustaría platicar contigo en algún lugar tranquilo.

Sé que eres una chica consciente de tus objetivos, y que eso mismo no te permite darte un respiro para este tipo de conversaciones.

Será por lo mismo que me dan ganas de conocerte. Eres una chica interesante, con ciertas habilidades que me llaman la atención, y sobre todo por tu dedicación; de acuerdo con lo que percibo: eres responsable y minuciosa.

Y creo que apenas estoy entendiendo tu discurso. No es que sea de lento entendimiento, pero creí que algún día podría platicar contigo. Sé que puede suceder, sin embargo, lo admito, he sido muy precipitado, y ese factor no ha ayudado en lo absoluto.

Quizá le deje al tiempo que nos convierta en amigos.

Sinceramente, no sé cómo tratar a las personas, aunque lo intente. Soy formal cuando no debo serlo, posiblemente, y eso mismo, asusta.

Me han sugerido ser informal de vez en cuando, aunque la verdad no sé si funcione. No importa, divago hasta en la forma escrita.

El asunto es, que me he dado ciertas licencias sin tu consentimiento, como mandarte mensajes o llamarte. No sé si te molesten tales acciones; si fuese así, te solicito me disculpes. Sólo intentaba abrir ese “canal” de confianza.

Quizá no funcione, pero: Tal vez sea yo la única persona sobre la faz de la tierra que sabe que tú eres la mujer más extraordinaria del mundo. Quizá sea yo el único que aprecie lo increíble que eres en cada cosa que haces y en cada pensamiento que tienes. La mayoría de la gente no ve eso de ti. Pienso en cómo te pueden ver, sin percatarse que conocieron a la mejor mujer que existe. El hecho de que yo lo vea me hace sentir bien acerca de mí. ¿Eso es algo que te puede resultar perjudicial?

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sábado, 5 de septiembre de 2009

Las 4 disposiciones

El aire movía el cabello corto de la mescalera. Era una brisa marina. Veíamos el mar desde una estructura metálica. Yo realmente no sabía si el día estaba empezando, o si estaba finalizando. El mismo color de las nubes me parecía de ocaso, aunque igual de un amanecer, y con más razón al aire gélido de una típica mañana. La mescalera sonrió mientras dejaba al aire correr entre sus cabellos y me dijo que no me rompiera la cabeza, que sólo disfrutara del paisaje. Sea lo que sea, era un encanto aquel panorama. Y mientras la veía disfrutar aquella brisa, miré sus labios. Su sonrisa pizpireta, no sé, yo diría tímida, pero no, era alegre. Tenía tanto de misterio. Algo, algo estaba en ella que de repente me hizo verla. Le dije, te pareces tanto a ella que a veces pienso que me juegas una broma. Te transformas en ella y me lastimas.

"Te lastimas porque así lo deseas. Yo no hago más que disfrutar del aire y vivir este momento de ensueño". Y es que en verdad lo era. Su piel clara, sueve y tersa, cubierta por aquella blusa blanca de seda. Yo tenía frío, y ella, tan ligera, deseaba que en ese instante lloviera. Vi la enorme falda que me dio la impresión de ver un tapizado. Sus pies descalzos se meneaban, quizá siguiendo un ritmo que tenía en la cabeza. Yo, lo único en que pensaba era en ella. Y fue en ese instante, mientras el sol se mantenía fijo en el horizonte, acariciando la inmensidad del mar, cuando le dije: fue entonces cuando entendí que era mi voz la que provocaba todo el desastre. Mi voz suena con agresividad. Todo aquel que me escucha además de resultar lastimado, se asusta. Sí, ese es mi problema. Mi voz… Las asusto… Y ella me preguntó de qué hablaba. Que me dejara de estupideces.

Se lanzó de la estructura metálica y cayó al césped fino del lugar, luego de incorporarse, corrió hacia una luminaria, y se quedó ahí girando agarrada al poste, musitando o tarareando, quizá. Le grité por qué se alejaba de mí; me respondió que no soportaba mi actitud, que no entendía como acostumbraba a aguadar tales momentos con mis pensamientos triviales. Tanta importancia por las nimiedades, ¡pero era cierto! Entonces la volví a mirar, era ella, definitivamente. Sus ojos, su cabello… La mescalera me hacía sentir de lo más extraño. Me daba ganas de correr hacia ella y abrazarla, pero sabía que no se trataba de la misma persona. Quizá estaba tan obsesionado que la veía en todas partes, más en la mescalera. Pero, ¡caramba! Si tienen el mismo parecido.

Caminé lentamente hacia ella, y le dije: tengo que irme. Me martirizas, porque con sólo verte sé que juegas conmigo y te transformas en ella. ¿Qué caso tiene? Y me miró hoscamente de nuevo. Sólo me dijo que para sobrevivir como naualli debía aplicar las 4 disposiciones: el no tener compasión, el ser astuto, el tener paciencia, y el ser simpático. Insistió en que comprendiera que no tener compasión no significaba ser grosero; ser astuto no significaba ser cruel; tener paciencia no significaba ser negligente y ser simpático no significaba ser estúpido.

Me alejé y al darle la espalda a la mescalera, me encontré sentado frente a la biblioteca de la Universidad.

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jueves, 3 de septiembre de 2009

El final de una historia

Cómo puedes escribir inspirado en alguien que ni siquiera conoces. Es decir, sólo hay una imagen vaga en tu mente. Una imagen capturada como una fotografía percudida por los pensamientos nebulosos. Ni siquiera puede cobrar vida. No tienes el brillo de sus ojos. No tienes la risa cautivadora. No tienes esa voz melodiosa registrada en tu banco de datos mnemónicos para fingir un diálogo apasionado entre ella y tú. No tienes ningún elemento que la hace real en tu pequeña imaginación. Sólo tienes esa idea vaga de algún lugar desconocido donde aún no has investigado si existes. Cierras los ojos y sólo tienes su nombre. El nombre que musitas con fervor todas las noches, invocándola para que algún día se atraviese en tu camino y le de color a tu día.

Intentas dibujarla en tu mente, pero se atraviesan tantos pensamientos que terminas viendo las letras que forman una palabra: su nombre. Das vueltas en la cama. Te preguntas si realmente estás enamorado, o si estás obsesionado, un simple capricho que te juega el corazón. Repites las escenas eliminadas de toda la película y la pones en un solo cuadro: camina dándote la espalda. El perfil de su rostro es cubierto por su cabello. Su voz es confundida entre el ruido de la gente o de algún automóvil. No, no tienes nada. Ni siquiera el color de su piel o su suavidad. El olor de su cabello. Su animosidad. Y te pregunto, tantas ganas tienes de componerle unos versos o una larga prosa que exprese tu efusividad, para qué, si ni siquiera sabes quién es. Si te odia, si le eres desagradable. Sabes que tu patética existencia le es indiferente.

Pero hoy la vi. Sí, la vi a pesar de estar encerrado en mi lectura. Intentaba condensar la información para distribuirla en mentes desidiosas, y ahí estaba, me habló con voz aguda, un saludo, nada más y se la llevó el viento. Y te dices, es una señal. ¿Un señal? Sí, la que tanto esperabas, la típica señal que te indica abandonar la búsqueda
.

Y dejé de escribir…

Me acomodé en el respaldo de mi asiento, con las manos en la nuca, pensando hasta dónde había llegado. Mi vida había saltado a un nuevo ciclo. Ahora estaba delante contemplando mi sendero, mis huellas se iban perdiendo en la arena del tiempo que arrojaba el viento del pasado. Me preguntaba qué seguía ahora. Mi formación me daba cierto talante. Seguridad. Pero nada de eso garantizaba mi felicidad, sólo son defensas para poder sobrevivir. Entonces sopesé lo que había escrito, hasta donde había llegado, y me dije: hasta aquí podría llegar el fin de esta historia. Me troné todos los huesos y suspiré.

¿Qué queda por hacer? Ya llegará el momento. Pero mientras, en este nuevo ciclo, la soledad será más rigurosa. Miré hacia la ventana, el cielo se iluminaba. Los relámpagos cernían mi pensamiento y me preguntaba dónde habían quedado los truenos. Imprequé, cómo rayos no había perdido mejor los ojos, para ya no verla resplandecer. Para mejor sentir como gélidas sombras a todos los seres que conviven en mi pequeño mundo de ficción.

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