lunes, 11 de mayo de 2009

Fructus patientiae

En la superficie todo parecía marchar bien entre la mescalera y yo. No obstante, yo retenía un amargo resentimiento porque se había aunado a los demás en contra mía. Nunca lo expresé, pero allí estaba. La ayudé e hice todo lo que pude por ella como si nada hubiera ocurrido, pero eso se encontraba bajo la rúbrica de la impecabilidad. Era mi deber, y, por cumplirlo, alegremente habría marchado hacia la muerte. Y sin embargo, la mescalera y yo pasamos un periodo en el que casi estábamos enojados, no el uno con el otro, sino con aquello que nos tenía aprisionados.

La tarea menos generalizada que don Gaspar me dio, consistía en salir de mi cuerpo. Yo lo había logrado en parte, y por cierto lo consideré siempre como mi único verdadero logro en ensueños. Don Gaspar partió antes de que yo hubiera perfeccionado la sensación de que podía manejar el mundo de los asuntos diarios mientras ensoñaba. Su partida interrumpió lo que yo pensé iba a ser un inevitable montaje de mi realidad de ensueños sobre el mundo de mi vida diaria.

Para elucidar el control del sueño suspendido, don Gaspar presentó la idea de la voluntad. Dijo que la voluntad podía describirse como el máximo control de la luminosidad del cuerpo en cuanto a campo de energía, o podía describirse como un nivel de pericia, o un estado de ser al que llega abruptamente un mescalero en un momento dado. Se le experimenta como una fuerza que irradia de la parte media del cuerpo después de un momento del silencio más absoluto, o de un momento de terror puro, o de una profunda tristeza; pero no después de un momento de felicidad. La felicidad es demasiado trastornante para permitirle al mescalero la concentración requerida a fin de usar la luminosidad de su cuerpo y convertirla en silencio.

"El naualli me dijo que para un ser humano la tristeza es tan poderosa como el terror. La tristeza hace que un mescalero derrame lágrimas de sangre. Ambos pueden producir el momento de silencio. O el silencio viene por sí mismo, porque el mescalero lo persigue a lo largo de su vida".

¿Tú has llegado a sentir ese momento de silencio?

"Claro que sí lo he hecho, pero no puedo recordar cómo es. Tú y yo lo hemos sentido antes y ninguno de los dos podemos recordar nada de eso. El naualli dijo que es un momento de negrura, un momento aún más silente que el momento de parar y cerrar el diálogo interno. Esa negrura, ese silencio, permite que surja el intento de dirigir el sueño suspendido, de dominarlo, de obligarlo a hacer cosas. Por eso se le llama voluntad. El intento y el efecto son la voluntad; el naualli dijo que los dos estaban unidos. Me dijo todo esto cuando yo trataba de aprender a volar en ensueños. El intento de volar produce el efecto de volar".

Le dije a la mescalera que yo ya casi había descartado la posibilidad de llegar a experimentar la voluntad.

"La experimentarás. El problema es que tú y yo no estamos lo suficiente afilados para saber qué es lo que nos está ocurriendo. No sentimos nuestra voluntad porque pensamos que debería ser algo de lo cual estamos seguros, como el hecho de enojarse, por ejemplo. La voluntad es muy silenciosa, no se nota. La voluntad pertenece al otro yo".

¿Cuál otro yo?

"Tú sabes de qué estoy hablando. Cuando ensoñamos entramos en nuestro otro yo. Ya hemos entrado allí infinitas veces, pero todavía no estamos completos".

Un largo silencio tuvo lugar. Yo me dije que ella tenía razón al decir que aún no estábamos completos. Entendí que con eso ella quería decir que éramos meros aprendices de un arte inagotable. Pero entonces cruzó por mi mente la idea de que a lo mejor ella se refería a otra cosa. No se trataba de un pensamiento racional. En un principio sentí algo como una sensación punzante en mi pecho y después tuve la idea de que quizá ella se refería a otra cosa. Luego sentí la respuesta. Me llegó como un solo bloque, una especie de masa. Supe que todo un conjunto se hallaba allí, primero en la punta del esternón y después en mi mente. Mi problema era que no podía desenredar lo que sabía, con rapidez suficiente para verbalizarlo.

La mescalera no interrumpió mis procesos de pensamiento con comentarios o gestos. Estaba perfectamente callada, esperando. Parecía hallarse conectada internamente conmigo a tal punto que no teníamos que decir nada.

Sostuvimos este sentimiento de comunión del uno con el otro durante un momento y después éste nos avasalló a los dos. La mescalera y yo nos calmamos poco a poco. Finalmente, empecé a hablar. No era que yo necesitase reiterar lo que sentimos y supimos en común, lo que necesitaba era restablecer nuestras bases de discusión. Le dije que yo sabía de qué manera estábamos incompletos, pero que no podía poner en palabras mi conocimiento.

"Hay tantas y tantas cosas que sabemos. Y sin embargo, no podemos usar todo eso porque en realidad ignoramos cómo extraerlo de nosotros mismos. Tú ya empezaste a sentir esa presión. Yo la he tenido por años. Sé y al mismo tiempo no sé. La mayor parte del tiempo se me caen las babas y todo lo que digo es pura estupidez".

Yo entendí a qué se refería y lo entendí en un nivel físico. Yo sabía algo absolutamente práctico y evidente de la voluntad y de lo que la mescalera había llamado el otro yo, y, sin embargo, no podía emitir la menor palabra de lo que sabía, no porque fuera reservado o vergonzoso, sino porque ignoraba por dónde comenzar, cómo organizar mi conocimiento.

"La voluntad es un control del sueño suspendido al que se le llama el otro yo. A pesar de todo lo que hemos hecho, sólo conocemos un pedacito muy pequeño del otro yo. El naualli dejó a nuestro cargo el que completáramos nuestro conocimiento. Esa es nuestra tarea de recordar".

Se dio un golpe en la frente con la palma de su mano, como si algo hubiera llegado repentinamente a su mente.

"¡Dios santo! ¡Estamos recordando al otro yo!". Gritó y después se tranquilizó: "Evidentemente ya hemos estado allí y la única manera de recordarlo es como lo estamos haciendo, disparando nuestros cuerpos de ensueño mientras ensoñamos juntos".

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