viernes, 11 de junio de 2010

Aprendices

“¿Cómo llegaron a ser aprendices?”

“Rosaura fue su primera aprendiz. La descubrió una mañana; él se había detenido ante una casa ruinosa en los cerros. Nadie había a la vista, pero desde muy temprano había visto presagios que lo guiaban hacia esa casa. La brisa se había ensañado con él terriblemente. Ni siquiera podía abrir los ojos cada vez que intentaba alejarse del lugar. De modo que cuando dio con la casa supo que algo había. Miró debajo de una pila de leña menuda y halló una niña. Estaba muy enferma. A duras penas alcanzaba a hablar, sin embargo, se las compuso para decirle que no necesitaba ayuda de nadie. Iba a seguir durmiendo allí, y, si no despertaba más, nadie perdería nada. Al Naualli le gustó su talante y le habló en su lengua. Le dijo que iba a curarla y cuidar de ella hasta que volviera a sentirse fuerte. Ella se negó. Era pobre y sólo había conocido infortunios y dolor. Contó al Naualli que ya había tomado todas las medicinas que sus padres le habían dado y ninguna la aliviaba.

“Cuanto más hablaba, más claro le resultaba al Naualli que los presagios se la habían señalado de modo muy singular. Más que presagios, eran órdenes. El Naualli alzó a la niña, la cargó a hombros, como si se tratase de un bebé, y la llevó donde Loreto. Loreto preparó medicinas para ella. Ya no podía abrir los ojos. Sus párpados no se separaban. Los tenía hinchados y recubiertos por una costra amarillenta. Se estaban ulcerando. El Naualli la atendió hasta que estuvo bien. Ya curada, cosa que le llevó cerca de un año, el Naualli quiso devolverla a sus padres, pero la niña se negó y, en cambio, se fue con él.

“Entonces, un día en que el Naualli estaba de visita en casa de Celestino, una gente llevó a una muchacha trastornada, una muchacha que no hacía sino llorar. Tomaron al Naualli por Celestino y pusieron a la niña en sus manos. El Naualli contó que la niña corrió y se aferró a él como si lo conociese. El Naualli dijo a sus padres que debían dejarla con él. Estaban preocupados por el precio, pero el Naualli les aseguró que les saldría gratis. Imagino que la niña representaría tal dolor de cabeza para ellos que poco debía importarles abandonarla.

“El Naualli la llevó con Loreto. ¡Qué infierno! Estaba francamente loca. Ésa era Magaly. El Naualli dedicó años a curarla. Pero aún hoy sigue más loca que una cabra. Andaba, desde luego, perdida por el Naualli, y hubo una tremenda batalla entre Magaly y Rosaura. Se odiaban. Pero a Loreto le caían bien las dos. El Naualli, al ver que así no podían seguir, se puso muy firme con ellas. Como sabes, el Naualli es incapaz de enfadarse con nadie. De modo que las aterrorizó mortalmente. Un día, Magaly, furiosa, se marchó. Había decidido buscarse un marido joven. Al llegar al camino encontró un pollito. Acababa de salir del cascarón y andaba perdido por en medio de la carretera. Magaly lo alzó, imaginando, puesto que se hallaba en una zona desierta, lejos de toda vivienda, que no pertenecía a nadie. Lo metió en su blusa, entre los pechos, para mantenerlo al abrigo. Magaly me contó que echó a correr y, al hacerlo, el pollito comenzó a moverse hacia su costado. Intentó hacerlo volver a su seno, pero no logró atraparlo. El pollito corría a toda velocidad por sus costados y su espalda, por dentro de su blusa. Al principio, las patitas del animal le hicieron cosquillas, y luego la volvieron loca. Cuando comprendió que le iba a ser imposible sacarlo de allí, volvió a Loreto, aullando, fuera de sí, y le pidió que sacase la maldita cosa de su blusa. La desvistieron, pero fue inútil. No había allí pollo alguno, a pesar de que ella no dejaba de sentir sus patas, en uno y otro lugar de su piel.

“Entonces llegó el Naualli y le dijo que sólo cuando abandonara su viejo ser el pollito se detendría. Magaly estuvo loca durante tres días y tres noches. El Naualli aconsejó atarla. La alimentaron y la limpiaron y le dieron agua. Al cuarto día se la vio muy pacífica y serena. La desataron y se vistió, y cuando estuvo vestida, tal como lo había estado el día de su fuga, el pollito salió. Lo cogió en su mano, y lo acarició, y le agradeció, y lo devolvió al lugar en que lo había hallado.

“Desde entonces, Magaly no molestó a nadie. Aceptó su destino. El Naualli es su destino; sin él, habría estado muerta. ¿Por qué tratar de negar o modificar cosas que no se puede sino aceptar?

“Rosaura fue la siguiente. Se había asustado por lo sucedido a Magaly, pero no había tardado en olvidarlo. Un domingo al atardecer, mientras regresaba a la casa, una hoja seca se posó en el tejido de su rebozo. La trama de la prenda era muy débil. Trató de quitar la hoja, pero temía arruinar el rebozo. De modo que esperó a entrar a la casa y, una vez en ella, intentó inmediatamente deshacerse de ella; pero no había modo, estaba pegada. Rosaura, en un arranque de ira, apretó el rebozo y la hoja, con la finalidad de desmenuzarla en su mano. Suponía que iba a resultar más fácil retirar pequeños trozos. Se escuchó un chillido exasperante y Rosaura cayó al suelo.

“Corrieron hacia ella y descubrieron que no podía abrir el puño. La hoja le había destrozado la mano, como si sus pedazos fuesen los de una hoja de afeitar. Loreto y Magaly la socorrieron y la cuidaron durante siete días. Rosaura era la más testaruda de todas. Estuvo al borde de la muerte. Y terminó por arreglárselas para abrir la mano. Pero sólo después de haber resuelto dejar de lado su viejo talante. De vez en cuando aún siente dolores, en todo el cuerpo, especialmente en la mano, debido a los malos ratos que su temperamento sigue haciéndole pasar. El Naualli advirtió a ambas que no debían confiar en su victoria, puesto que la lucha que cada uno libra contra su antiguo ser, dura toda la vida.

“Magaly y Rosaura no volvieron a reñir. No creo que se agraden mutuamente”.

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