miércoles, 5 de mayo de 2010

Dirección

"Un día me encontraba sola en la entrada de la casa", prosiguió Magaly. "Me estaba peinando al sol con el peine que me había dado el Naualli; no había advertido su llegada ni reparado en que estaba de pie detrás de mí. De pronto, sentí sus manos, tomándome por la barbilla. Lo oí cuando me dijo en voz muy queda que no debía moverme porque se me podía quebrar el cuello. Me hizo torcer la cabeza hacia la izquierda. No completamente, sino un poco. Me asusté muchísimo y chillé y traté de zafarme de sus garras, pero tuvo mi cabeza sujeta por un tiempo muy largo.

"Cuando me soltó la barbilla, me desmayé. No recuerdo lo que sucedió luego. Cuando recobré el conocimiento, estaba tendida en el suelo. El Naualli se había ido. Yo me sentía tan avergonzada que no quería ver a nadie. Durante una larga temporada di en pensar que el Naualli jamás me había torcido el cuello y que todo había sido una pesadilla".

Se detuvo. Aguardé una explicación de lo que había ocurrido. Se la veía distraída; quizá preocupada.

"¿Qué fue exactamente lo que sucedió, Magaly?" Preguntó Dilian, incapaz de contenerse. "¿Te hizo algo?"

"Sí. Me torció el cuello con la finalidad de cambiar la dirección de mis ojos", dijo Magaly, y se echó a reír de buena gana ante la mirada de sorpresa de Dilian.

"Entonces, ¿él...?"

"Sí. Cambió mi dirección", prosiguió, haciendo caso omiso de las inquisiciones. "Lo mismo harán contigo y con todos los demás".

"Es cierto. Lo harán conmigo. Pero, ¿por qué crees que lo hizo?"

"Tenía que hacerlo. Esa es, de todas las cosas que hay que hacer, la más importante".

Se refería a un acto singular que don Gaspar estimaba absolutamente imprescindible. Yo nunca había hablado de ello con nadie. En realidad, se trataba de algo casi olvidado para mí. En los primeros tiempos de mi aprendizaje hubo una oportunidad en que encendió dos pequeñas hogueras en los cerros de Oaxaca. Estaban alejadas entre sí unos seis metros. Me hizo situar a una distancia similar de ellas, manteniendo el cuerpo, especialmente la cabeza, en una postura muy natural y cómoda. Entonces me hizo mirar hacia uno de los fuegos y, acercándose a mí desde detrás, me torció el cuello hacia la izquierda, alineando mis ojos, pero no mis hombros, con el otro fuego. Me sostuvo la cabeza en esa posición durante horas, hasta que la hoguera se extinguió. La nueva dirección era la Sudeste; tal vez sea mejor decir que había alineado el segundo fuego según la dirección Sudeste. Yo había tomado todo el proceso como una más de las inescrutables peculiaridades de don Gaspar, uno de sus ritos sin sentido.

"El Naualli decía que todos desarrollamos en el curso de la vida una dirección según la cual miramos. Esa dirección termina por ser la de los ojos del espíritu. Según pasan los años esa dirección se desgasta, se debilita y se hace desagradable y, puesto que estamos ligados a esa dirección particular, nos hacemos débiles y desagradables. El día en que el Naualli me torció el cuello y no me soltó hasta que me desmayé de miedo, me dio una nueva dirección".

"¿Qué dirección te dio?"

"¿Por qué lo preguntas? ¿Acaso piensas que el Naualli me dio una dirección diferente?"

"Yo podré decirte qué dirección me dará a mí".

"¡No me importa! De eso luego me enteraré a final de cuentas".

Parecía estar agitada. "¿Qué más te hizo el Naualli?"

"Tras cambiar mi dirección, el Naualli comenzó, a decir verdad, a hablarme del poder. Al principio mencionaba cosas sin propósito fijo, porque no sabía exactamente qué hacer conmigo. Un día me llevó a una corta excursión a pie por los cerros. Luego, otro día, me llevó en autobús a su tierra natal, en el desierto. Poco a poco, me fui acostumbrando a ir con él".

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