viernes, 30 de abril de 2010

Cambio

La mescalera se quedó de pie observándome, mientras que Dilian se acercaba y se sentaba a mi lado. Me sonrió: "Al fin hemos regresado, maestro…" Yo no dejaba de ver a la mescalera, me parecía tan hermosa. Su larga falda se arrastraba con el suelo, y eso me daba la impresión de que flotaba, pero no fue así, una ráfaga de aire hizo que descubriera sus pies descalzos, cuando me dio la espalda; luego de que nuestras miradas se cruzaron, la mescalera se despidió de Dilian como si yo no existiera en aquel lugar. Parece que soy un ente invisible, le susurré a Dilian, mientras veía alejarse a la mescalera. "Está bien, no hay problema, maestro, simplemente hemos hecho un viaje cansado, y está agotadísima; créeme, tendrás tiempo de hablar con ella".

Enarqué las cejas. No lo podía creer, que yo sepa, la mescalera se había ido así sin más, enojada por mis actos. "Mira, maestro…" Dilian puso un libro sobre mi regazo. Era un libro de Paulo Coelho, se llamaba “Manual del guerrero de luz”, al mirar la portada, miré a Dilian. "Aunque no lo creas, este tipo debe ser un mescalero como nosotros, parte de sus frases se parecen a nuestro conocimiento…" La miré muy extrañado; que yo sepa, Coelho escribía cosas demasiado moralistas, desde mi punto de vista, y más a fondo, escribía lo que la gente en realidad quería leer: asuntos de superación personal, cuestiones de mercadotecnia y sobre todo asuntos meramente lucrativos. No lo creo, le respondí a Dilian, e hice a un lado el libro, al reprocharle que ella siempre encontraba similitud de nuestro conocimiento en libros “best-sellers”. Después le inquirí sobre su viaje, sobre su ausencia, ¿adónde había ido?

Dilian con toda la paciencia del mundo me contó sobre su viaje exclusivo con las mescaleras. Descubrió al lado de la Mescalera, Magaly y Yolanda, asuntos sobre su energía y poder interno, gracias al viento. Yo la escuchaba concentradísimo hasta que de repente me sacó de mis cavilaciones, pues me dijo que Magaly, como Huizache, le habló mucho acerca del Naualli. Magaly hacía bastante tiempo que no la veía, recuerdo que la última vez fue en Huajuapan de León. Ella me llamaba mucho con el nombre de Yef. Dilian dejó escapar una risita burlona, y comenzó a relatarme su encuentro con Magaly.

"Es tiempo de que sepas que el Naualli no es humano". Me dijo Magaly. Dilian le preguntó qué le lleva a decir eso. "Jaja, tú sabes muy bien, que el Naualli es un demonio desde quién sabe cuándo".

Dilian admitió que las palabras de Magaly le hicieron estremecerse. Sentía batir su corazón. Era indudable que la Huizache no podía tener mejor interlocutora. Estaba infinitamente intrigada y le ro­gó que le explicase lo que había querido decir con eso.

"Su contacto cambia a la gente. Tú lo sabes. Cambió tu cuerpo. En tu caso, ni siquiera eras consciente de que lo estaba haciendo. Pero se metió en tu viejo cuerpo. Puso algo en él. Lo mismo hizo conmigo. Dejó algo en mi interior, y ese algo me ha ocupado por entero. Sólo un demonio puede hacer eso. Ahora soy el viento del Norte y no temo a nada, ni a nadie. Pero antes de que él me cambiara, yo era una mujer débil y fea, capaz de desmayarse con sólo oír su nombre. Un día, el Naualli y Celestino vinieron a la casa, cuando yo estaba sola. Los oí, rondando como jaguares, cerca de la puerta. Me santigüé; para mí, eran dos demonios, pero salí a ver qué podía hacer por ellos. Tenían hambre y con mucho gusto les serví de comer. Al Naualli, al parecer, no le gustó la comida; no quería comer nada preparado por una mujer tan decrépita y, con fingida torpeza, hizo caer el tazón de la mesa con un movimiento del brazo. Pero el tazón, en vez de darse vuelta y derramar todo su contenido por el suelo, resbaló con la fuerza del golpe del Naualli y fue a caer exactamente a mis pies, sin que de él saliese una sola gota. En realidad, aterrizó sobre mis pies, y allí quedó hasta que me agaché y lo alcé. Lo puse sobre la mesa, ante él, y le dije que a pesar de ser una mujer débil y haberle temido siempre, le había preparado la comida con cariño.

"A partir de ese preciso momento, la actitud del Naualli hacia mí, cambió. El hecho de que el tazón de sopa cayese sobre mis pies y no se derramara le demostró que un poder me señalaba. No lo supe en aquel momento y pensé que su cambio en relación conmigo se debía a un sentimiento de vergüenza por haber rechazado mi comida. No percibí de inmediato su transformación. Seguía petrificada y ni siquiera me atrevía a mirarle a los ojos. Pero comenzó a prestarme cada vez más atención. Inclusive, me trajo regalos. Eso me hacía sentir terriblemente mal. Tenía vergüenza porque creía que era un hombre en busca de mujer. El Naualli disponía de muchachas jóve­nes, ¿qué iba a querer con una mujer como yo? Al princi­pio no quise usar, y ni siquiera mirar, sus regalos. Tam­bién comencé a temerle más y a no querer estar con él a solas. Sabía que era un hombre diabólico. Sabía lo que había hecho a su mujer".

No pude dejar de interrumpirla. Le dije que jamás había oído hablar de mujer alguna en la vida de don Gaspar.

"Sabes a qué me refiero".

Créeme, Dilian, no lo sé.

"No me engañes. Sabes que hablo de la Mescalera".

No quise forzarla a que me diese más información.

0 comentarios: