jueves, 28 de mayo de 2009

Intencionalidad

Después de una larga caminata en silencio, don Gaspar y yo nos sentamos en unas enormes piedras frente al ocaso. El sol ya no lastimaba la vista con sus rayos; se apreciaba su redondez. El color dorado me hipnotizaba. Después de contemplar al sol, don Gaspar me dijo que todo lo que tenía que enseñarme había llegado hasta la última etapa. Habíamos cumplido con el "programa". Yo me sonreí y le dije que el tiempo había volado. Don Gaspar rió quedamente como si le faltara el aire. "Entonces, soy un mescalero…" Volvió a reírse al escucharme susurrar. Luego se quedó callado y miró de nuevo al sol. Me dijo que sí lo era, sin embargo, el camino de terracería que estaba recorriendo tenía que cambiar a un sendero asfáltico. Quedé confundido.

"Sí. Todo lo que necesitaba enseñarte, ya lo sabes. Ahora necesitas un maestro que te enseñe a entenderlo a través de la práctica férrea. Un maestro más rígido que yo". Le pregunté dónde se encontraba ese maestro. Sólo respondió que lejos de donde ahora estábamos. Mi primer viaje hacia la búsqueda de mi maestro se encontraba en Oaxaca. A lo que sin titubeos señalé: ¡Loreto!

Don Gaspar con la cabeza inclinada, miraba quizá el suelo. No me respondió si Loreto sería mi maestra, simplemente musitó: "Y bien, entrarás a la universidad, ¿no es así?" Asentí. Sin embargo, yo sentía mucha emoción de saber que aquel conocimiento adquirido con don Gaspar, sería reforzado por aquella mujer carismática. Don Gaspar hacía todo lo posible por cambiar de tema, tras mi euforia. "¿Qué estudiarás?" Le dije que siempre había querido estudiar filosofía y letras, le expuse todas mis justificaciones, mientras reía nuevamente. Él parecía feliz. Realmente observaba que su aprendiz estaba dando un paso grande a todas sus expectativas.

"Filosofía y letras… suena bien. Sé que lo lograrás. Tienes las herramientas para actuar como un mescalero responsable…". Tras un largo silencio, me atreví a preguntarle sobre los nauallis. Sabía que después de la etapa de aprendiz, el nivel siguiente era el mescalero y posteriormente el naualli. Pero don Gaspar no me dio explicación alguna, sólo me dijo que tanto un mescalero como un naualli, no saben si realmente tienen tal nivel. "No se acepta, nunca debes declarar que eres un mescalero o un naualli". Le pregunté a don Gaspar por qué: "Todo gira en la intencionalidad. No olvides nunca esa palabra: Intencionalidad. Recuerda que nuestra lucha es constante en alcanzar el nivel del naualli, de cambiar nuestra imagen y forma de ser, no obstante, eso para el mescalero es imposible, porque pese a sus esfuerzos jamás cambiará".

Quedé impactado sobremanera. Don Gaspar contemplaba al sol ocultarse. Con voz tímida le dije que en mis nuevos días universitarios, él sería una gran ayuda para comprender algunas cosas… "No lo creo, mi estimado muchacho. Muy pronto me he de ir, y tú te quedarás aquí con tu lucha, tendrás que caminar solo". Al principio pensé que se trataba de una broma. Pensaba que se refería a que de alguna forma u otra yo tenía que convertirme en un hombre responsable. Asentí nuevamente fingiendo comprender aquella misteriosa sentencia. Todos los actos del mescalero fluyen por una intención.

Nunca se me olvidó aquella palabra. Años después comprendí que la narrativa y la poesía se creaban bajo ese término: la intencionalidad.

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miércoles, 27 de mayo de 2009

Ka je'elen

Dejé de platicar con el Dr. Raúl acerca de lo que había sucedido en la investigación en la que estaba colaborando: las transcripciones se habían perdido. ¿Cómo era posible? Sin embargo, yo no había ido a la Universidad con intención de conversar sobre los proyectos de investigación, iba con el pretexto de entregarle la discografía de Joe Jackson al profesor Niño, pero el motivo original era encontrármela; verla y platicar con ella, porque había decidido invitarla a alguna parte. Sinceramente no importaba el lugar, sólo quería platicar con ella con respecto a la situación en la que estaba atravesando.

Cuando el Dr. Raúl me dijo que estaba asignado en el nuevo proyecto, vi que bajó la jefa de ella. En mi mente cruzó el pensamiento: Está sola trabajando en el cubículo, ahora es el momento. Me despedí del Dr. Raúl y me di cuenta de que se fue con la jefa de la secretaría técnica: fumaron un cigarrillo fuera del edificio. Estaba a punto de subir las escaleras para dirigirme hacia su cubículo, cuando alguien me tomó de la mano: "¿A dónde crees que vas?"

Al mirar quién me había detenido, observé la sonrisa de la mescalera. No quise preguntar qué hacía en el edificio, sino por qué me detenía. "¿Estás seguro en lo que piensas hacer?" Yo había calculado mis probabilidades de éxito, a pesar de las motivaciones de Beatriz, y la sugerencia final de que sin importar lo que yo haga, estuviera preparado para un No. Le dije a la mescalera que estaba seguro. Sentí un apretón fuerte en mi muñeca. "No, nagualito. Sabes muy bien que estás siendo precipitado". ¿Piensas detenerme, entonces? Si no lo hago ahora, cuándo y de qué manera. Sabes muy bien que no tengo ningún punto de referencia para poder conocerla mejor. "Te detengo para que no la riegues…" ¿Regarla? "Sí. Estás confundido… quizá no has desechado la presencia de los enemigos inorgánicos". ¿A qué te refieres? "Recuerda que cuando devoran tu energía te dan a cambio ensueños eróticos, fantásticos o sensacionales… Ay, nagualito, ¿cómo puedo convencerte que aún necesitas de mí?"

Me quedé petrificado con lo que me había dicho. ¿Realmente estaba actuando precipitadamente? Tenía que ser paciente con respecto a este asunto… ¿Aplazarlo? "Sí. Estás asignado para cubrir más proyectos de investigación… ya te sucedió una vez. Concéntrate. Sé que cuando empiezas a encapricharte con alguien, siempre encuentras un motivo para creer que esa persona es tu media naranja, cualquier motivo vale. Como alucinarte por tratarse de una chica inteligente y locuaz, tan dedicada que incluso te dejaría por atender sus asuntos, por ejemplo. A la larga, sería una costumbre irritante que motivaría a una separación. Pero, ay nagualito, cuando estás enamorado, crees que es lo que has estado esperando durante años".

Me soltó la mano. Miré el rellano de la escalera; aquella puerta en la que guardaba el pasillo hacia el cubículo donde la escuchaba teclear frente al monitor. Suspiré. "Aún nos quedan pendientes". Bajé la escalera con desgano, y salí del edificio a soportar el bochorno del día. Sentí el sudor resbalarse copiosamente por mi cuerpo, y me percaté que la mescalera caminaba detrás de mí a una distancia prudente.

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lunes, 18 de mayo de 2009

Ergatividad

Ofrecí mi ayuda para asesorar a Beatriz en su exposición sobre el tema de la ergatividad. Hacía tiempo que ya había hablado sobre ese tema en la Universidad. Me había mencionado que su profesora le había advertido que el tema tenía una enorme dificultad, y yo, para bajarla de esa enorme nube negra, le dije que no se preocupara, pues se lo explicaría de una manera sencilla. Le facilité algunas lecturas, artículos y análisis que había hecho sobre el tema. Y tras una breve charla, me animé a preguntarle por ella. “Está en su trabajo, ¿dónde más? La pobre tuvo que venirse temprano a la Universidad porque como todos los administrativos, está en los puestos de prevención funcionando como filtro escolar”.

Filtro escolar… Hacía unas semanas que se había desatado la psicosis de la pandemia “influenza”, cosa que no me he tragado, aunque digan que es verídica. Tampoco quisiera comprobarlo, pero debido a este fenómeno, la hermana de Beatriz estaba aplicando pequeños cuestionarios básicos del estado de salud, y dando pases para el acceso a las instalaciones. Le mencioné a Beatriz que su hermana al parecer era una chica ocupada, siempre la veía de un lado para el otro. Beatriz se sonrió. Entonces aproveché a preguntarle: ¿Dónde me dijiste que está trabajando? “En la secretaría técnica de docencia…”

Al escuchar eso, mi mente sintió un cosquilleo y activó una carcajada silenciosa. Me di cuenta de que por eso ella no salía del edificio de Rectoría, pues... ¡nunca estuvo allí! Ella estaba encerrada trabajando en un cubículo del edificio de Humanidades. Todo este tiempo estuve esperando en el lugar equivocado. Así jamás me la iba a encontrar. Me reí a sabiendas y Beatriz me descubrió. “¿Cuándo te piensas animar?” Le comenté sobre mis experiencias, la manera de buscar el momento de acercarme a ella, pero a Beatriz sólo le provocaba risa. Yo sabía que no se burlaba de mí, simplemente, igual que a mí, las cosas me parecían jocosas.

Recordé que cierto día en la biblioteca estaba leyendo algo sobre Religión, cuando la vi entrar saludando. Cuando pasó cerca de mi mesa, saludó. Yo atrapado en mi lectura, al escuchar su voz, miré de soslayo y vi que era ella alejándose a otra mesa. Rápidamente le correspondí el saludo, y ella al virar a verme me saludó, pero luego al mismo tiempo escuché que alguien igual le correspondía el saludo. Al parecer, no era a mí a quién había saludado, sino a un chico que estaba mesas atrás de donde yo estaba. Me sentí apenado, pero de cualquier manera, la saludé accidentalmente y ella me había correspondió.

El tiempo se escurría, y mientras platicaba con Beatriz, las preguntas sobre su hermana no cesaban. Me interesé por la tesis en que su hermana estaba trabajando; me lo explicó y quedé sorprendido. Momentos después, apareció ante nosotros: blusa roja, jeans, con sus bolsas y laptop. Me saludó, y le preguntó a Beatriz si ya había terminado. Beatriz dijo que faltaba poco, aunque en realidad, la sesión había finalizado. Ella se sentó a mi lado, y yo me levanté para retirarme. Sin embargo, su voz inquisidora me bombardeo, y comenzamos a platicar. Le hice saber que el tema de su tesis me parecía interesante. Ella comenzó a explicarme, y mientras la escuchaba, las palabras se convertían en meras melodías. Disfrutaba de cada palabra melodiosa sin saber el significado que encerraban.

Nos levantamos los tres, mientras le seguía exponiendo mis opiniones, y ella con su terminología de Derecho no dejaba de alucinarme. Fue una conversación de lo más agradable. Jamás me había imaginado esta escena después de tanto tiempo. Beatriz reía a sabiendas por lo que ocurría, y al alejarme de ella, Beatriz me musitó: “Al parecer, hoy fue más que un hola…” Creo que en mi rostro se dibujo una enorme sonrisa de oreja a oreja. Sin embargo, no pude decir más, sólo despedirme… y pensé… ¡Todo por el caso de la ergatividad!

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lunes, 11 de mayo de 2009

Fructus patientiae

En la superficie todo parecía marchar bien entre la mescalera y yo. No obstante, yo retenía un amargo resentimiento porque se había aunado a los demás en contra mía. Nunca lo expresé, pero allí estaba. La ayudé e hice todo lo que pude por ella como si nada hubiera ocurrido, pero eso se encontraba bajo la rúbrica de la impecabilidad. Era mi deber, y, por cumplirlo, alegremente habría marchado hacia la muerte. Y sin embargo, la mescalera y yo pasamos un periodo en el que casi estábamos enojados, no el uno con el otro, sino con aquello que nos tenía aprisionados.

La tarea menos generalizada que don Gaspar me dio, consistía en salir de mi cuerpo. Yo lo había logrado en parte, y por cierto lo consideré siempre como mi único verdadero logro en ensueños. Don Gaspar partió antes de que yo hubiera perfeccionado la sensación de que podía manejar el mundo de los asuntos diarios mientras ensoñaba. Su partida interrumpió lo que yo pensé iba a ser un inevitable montaje de mi realidad de ensueños sobre el mundo de mi vida diaria.

Para elucidar el control del sueño suspendido, don Gaspar presentó la idea de la voluntad. Dijo que la voluntad podía describirse como el máximo control de la luminosidad del cuerpo en cuanto a campo de energía, o podía describirse como un nivel de pericia, o un estado de ser al que llega abruptamente un mescalero en un momento dado. Se le experimenta como una fuerza que irradia de la parte media del cuerpo después de un momento del silencio más absoluto, o de un momento de terror puro, o de una profunda tristeza; pero no después de un momento de felicidad. La felicidad es demasiado trastornante para permitirle al mescalero la concentración requerida a fin de usar la luminosidad de su cuerpo y convertirla en silencio.

"El naualli me dijo que para un ser humano la tristeza es tan poderosa como el terror. La tristeza hace que un mescalero derrame lágrimas de sangre. Ambos pueden producir el momento de silencio. O el silencio viene por sí mismo, porque el mescalero lo persigue a lo largo de su vida".

¿Tú has llegado a sentir ese momento de silencio?

"Claro que sí lo he hecho, pero no puedo recordar cómo es. Tú y yo lo hemos sentido antes y ninguno de los dos podemos recordar nada de eso. El naualli dijo que es un momento de negrura, un momento aún más silente que el momento de parar y cerrar el diálogo interno. Esa negrura, ese silencio, permite que surja el intento de dirigir el sueño suspendido, de dominarlo, de obligarlo a hacer cosas. Por eso se le llama voluntad. El intento y el efecto son la voluntad; el naualli dijo que los dos estaban unidos. Me dijo todo esto cuando yo trataba de aprender a volar en ensueños. El intento de volar produce el efecto de volar".

Le dije a la mescalera que yo ya casi había descartado la posibilidad de llegar a experimentar la voluntad.

"La experimentarás. El problema es que tú y yo no estamos lo suficiente afilados para saber qué es lo que nos está ocurriendo. No sentimos nuestra voluntad porque pensamos que debería ser algo de lo cual estamos seguros, como el hecho de enojarse, por ejemplo. La voluntad es muy silenciosa, no se nota. La voluntad pertenece al otro yo".

¿Cuál otro yo?

"Tú sabes de qué estoy hablando. Cuando ensoñamos entramos en nuestro otro yo. Ya hemos entrado allí infinitas veces, pero todavía no estamos completos".

Un largo silencio tuvo lugar. Yo me dije que ella tenía razón al decir que aún no estábamos completos. Entendí que con eso ella quería decir que éramos meros aprendices de un arte inagotable. Pero entonces cruzó por mi mente la idea de que a lo mejor ella se refería a otra cosa. No se trataba de un pensamiento racional. En un principio sentí algo como una sensación punzante en mi pecho y después tuve la idea de que quizá ella se refería a otra cosa. Luego sentí la respuesta. Me llegó como un solo bloque, una especie de masa. Supe que todo un conjunto se hallaba allí, primero en la punta del esternón y después en mi mente. Mi problema era que no podía desenredar lo que sabía, con rapidez suficiente para verbalizarlo.

La mescalera no interrumpió mis procesos de pensamiento con comentarios o gestos. Estaba perfectamente callada, esperando. Parecía hallarse conectada internamente conmigo a tal punto que no teníamos que decir nada.

Sostuvimos este sentimiento de comunión del uno con el otro durante un momento y después éste nos avasalló a los dos. La mescalera y yo nos calmamos poco a poco. Finalmente, empecé a hablar. No era que yo necesitase reiterar lo que sentimos y supimos en común, lo que necesitaba era restablecer nuestras bases de discusión. Le dije que yo sabía de qué manera estábamos incompletos, pero que no podía poner en palabras mi conocimiento.

"Hay tantas y tantas cosas que sabemos. Y sin embargo, no podemos usar todo eso porque en realidad ignoramos cómo extraerlo de nosotros mismos. Tú ya empezaste a sentir esa presión. Yo la he tenido por años. Sé y al mismo tiempo no sé. La mayor parte del tiempo se me caen las babas y todo lo que digo es pura estupidez".

Yo entendí a qué se refería y lo entendí en un nivel físico. Yo sabía algo absolutamente práctico y evidente de la voluntad y de lo que la mescalera había llamado el otro yo, y, sin embargo, no podía emitir la menor palabra de lo que sabía, no porque fuera reservado o vergonzoso, sino porque ignoraba por dónde comenzar, cómo organizar mi conocimiento.

"La voluntad es un control del sueño suspendido al que se le llama el otro yo. A pesar de todo lo que hemos hecho, sólo conocemos un pedacito muy pequeño del otro yo. El naualli dejó a nuestro cargo el que completáramos nuestro conocimiento. Esa es nuestra tarea de recordar".

Se dio un golpe en la frente con la palma de su mano, como si algo hubiera llegado repentinamente a su mente.

"¡Dios santo! ¡Estamos recordando al otro yo!". Gritó y después se tranquilizó: "Evidentemente ya hemos estado allí y la única manera de recordarlo es como lo estamos haciendo, disparando nuestros cuerpos de ensueño mientras ensoñamos juntos".

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