martes, 16 de diciembre de 2008

Entre las estrellas

Estaba de pie mirando hacia el horizonte. El sol se ocultaba detrás de los cerros, y el aire gélido del mes de diciembre me golpeaba por la espalda. Me di cuenta que observaba aquel paisaje desde la Cueva de las flores. Después de un largo rato, miré al cielo que estaba sobre mí y sentí una energía correr de mis pies hasta la coronilla. Un breve escalofrío hizo temblar mi cuerpo y entonces recordé aquella escena donde don Gaspar se elevaba desde el punto donde yo ahora estaba. Se elevaba hasta convertir su cuerpo en una incandescente luz; luego en una esfera que giraría a mi alrededor como si fuera la última vista hacia el mundo. De ahí, en lo más alto, casi confundido con las estrellas, desapareció.

Algún día sucederá lo mismo conmigo, pero tal vez llevará algunos años. Al darle la espalda al horizonte, me encontré a un grupo de personas en el interior de la cueva, sentados alrededor de una fogata. Todos tenían los ojos cerrados, como meditando y murmurando algún cántico. Al acercarme descubrí que eran los mescaleros pertenecientes a mi grupo.

Quise saludarlos o decirles algo, pero no pude emitir ninguna frase. Había tanto poder en el interior de esa cueva. Entonces hice conciencia. ¿Cómo había viajado desde mi casa hasta Oaxaca? ¿Habría cometido el desdoblamiento de mi ser o simplemente era un sueño? La que estaba más próxima a mí era Fernanda. La había reconocido por sus rizos negros. Ella me miró y de alguna manera presentí que me invitaba a sentarme junto con ellos.

“Vamos a viajar juntos. Vamos a practicar la misma elevación que hizo el naualli ante ti”. Me dijo Fernanda con sólo verme a los ojos. Luego miré a los demás, seguían con los ojos cerrados. Me pregunté si se trataba del viaje definitivo. “Así es, y por eso nos hemos reunido aquí en la cueva. Tu sitio de poder”. Dijo Juanito Mescalero que también estaba ahí presente. ¿Por qué ustedes? Pero nadie respondió. Respiré profundamente. Cerré los ojos y al detener mi diálogo interno, sentí el aire gélido correr nuevamente por mi cuerpo.

Ahora estábamos todos de pie: 8 mescaleros en círculo con los ojos abiertos. A modo de coro todos entonábamos una cántico que constaba de puras vocales: AE-AE-AE (pero con un ritmo específico). El suelo que estaba debajo de nosotros comenzó a temblar. Nuestros cuerpos comenzaron a elevarse lentamente, y yo sentía una extraña sensación en mi estómago. Luego vi que los cuerpos de los mescaleros comenzaban a brillar. Yo sentía un calor interno como si ardiera en fiebre. Entonces miré hacia mis pies y me percaté que estábamos flotando a una enorme distancia de la cueva. Tonalá se veía como 4 velitas en un pastel.

Miré mis manos y luego a mis compañeros. Mi cuerpo ya no era de carne, era una energía brillante que emanaba y circulaba en mi cuerpo. Éramos seres luminosos que girábamos en círculo para poco a poco obtener la forma de una esfera luminosa. Posteriormente rompimos aquel círculo y nos enfilamos en una hilera incandescente. Juntos aceleramos nuestro vuelo hacia el cielo, hasta perdernos entre las estrellas...

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