domingo, 26 de octubre de 2008

En otros mundos

Desperté en mi habitación, un sábado, a las 6.30 am.

Cuando miré por la ventana de mi habitación noté que el cielo estaba nublado, como si hubiera acabado de llover, o estuviera a punto de llover. La brisa que entraba a la casa estaba fresca. Me dieron ganas de regresar a la cama y cobijarme para volver a dormir, pero repentinamente el sueño se me quitó. El silencio reinaba en mi habitación. Ni un sonido de música al lado con mis vecinos, ni un ladrido de algún perro. Me pregunté si acaso estaba durmiendo. No lo estaba. Me senté en el colchón a hacer memoria. Sólo recordé estar frente a Yolanda y los enemigos inorgánicos.

Por más intentos que hice en recordar todo lo que sucedió en aquel lugar, no pude reconstruir nada. Esta vez me tiré sobre la cama, y cerré los ojos. Volví a dormir acaso, pero de repente tuve una visión, un sueño. Nuevamente vi una silueta en el espacio onírico, se había transformado en ella, y me dijo con voz suave que me daría un regalo, una vista al universo. Caminamos, parecía que caminábamos, pero en realidad no era así. Ante nosotros, como si una niebla se disipase, apareció un agujero, aquella mujer me dijo que era el ojo del universo, y que si miraba a través de él, vería cosas sorprendentes. Fue extraño pero aquella escena me había recordado a un cuento de Borges: Vi a todos los seres de nuestro mundo, los seres orgánicos para aquella sombra; vi a cada uno con sus respectivos quehaceres, y me sorprendía porque eran millones, y apreciaba a cada uno.

Luego de verlos me dijo que ahora mirara al cielo. Era un cielo nocturno estrellado. “Así como ves la cantidad de estrellas que son infinitas, así son los seres orgánicos en el mundo. En realidad cada estrella protege a cada uno de los habitantes de tu mundo”. Entonces, nos elevamos hacia las estrellas, y no sé, pero me emocioné por conocer mi estrella guardiana, pero cuando llegamos, resultó una desilusión, pues me dijo que las estrellas que veíamos eran solamente luz que viajaban millones de kilómetros… De repente, dejé de recordar. Tenía los ojos abiertos mirando el techo del cuarto. Entonces, me levanté y después de bañarme y arreglarme, salí a la calle en busca de un mescalero.

Me sorprendí al salir, ¡no era mi casa! Al salir había una enorme llanura a lo lejos. Árboles a mi costado, la hierba se bamboleaba con la brisa agradable de aquel lugar. Miré a mi lado derecho y el sol brillaba intensamente, como si de un atardecer se tratase, pero lo más extraño es que los colores estaban intensos, exageradamente intensos. Al virar a mi lado izquierdo, la noche intentaba dominar, pero no había ninguna estrella. Sólo había otro sol intentando brillar. A lo lejos, frente a mí vi varias lunas en sus distintas fases. No quise mirar hacia arriba, porque había presentido que otro sol estaba en el cenit brillando intensamente.

Sentí un leve pánico por estar en aquel lugar, pero desapareció aquel miedo para convertirse en extrañeza, pues un ser caminaba desde la llanura hacia mí… mi conciencia me dijo que era un viejo amigo…

Desperté.

Qué lejos estaba ahora del mundo.

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