lunes, 17 de mayo de 2010

Nahui Nahualtin

"Tras torcer mi cabeza aquel terrible primer día, el Naualli se encontró con que me tenía en sus manos. Me dijo que no tenía idea de qué hacer conmigo. Pero una cosa era segura: no quería que una mujer gorda anduviera fisgoneando en su mundo. El Naualli decía que se había sentido frente a mí del mismo modo que frente a Fidencio. Desconcertado. Ninguno de los dos debía estar allí. Bien mirado, ambos éramos inútiles. Y míranos. Algo ha de haber sucedido.

"Una mujer, por supuesto, es mucho más flexible que un hombre. Una mujer cambia muy fácilmente con el poder de un mescalero. Especialmente con el poder de un mescalero con el Naualli. Un aprendiz varón, según el Naualli, es mucho más problemático. Por ejemplo, Fidencio cambió tanto como la Mescalera, y ella inició su aprendizaje mucho más tarde. La mujer es más dúctil y más dócil; y, sobre todo, una mujer es como un guaje: recibe. Pero, de todos modos, un hombre dispone de más poder. No obstante, el Naualli nunca estuvo de acuerdo con eso. Él creía que las mujeres eran inigualablemente superiores. También creía que mi impresión de que los hombres eran mejores se debía a mi condición de mujer vacía. Debía tener razón. Llevo tanto tiempo vacía que ni siquiera recuerdo qué se siente cuando se está llena. El Naualli decía que si alguna, llegaba a estar llena, mis sentimientos al respecto variarían. Pero si hubiese tenido razón, su Mescalera habría tenido tan buenos resultados como Fidencio, y, como sabes, no fue así".

No podía seguir el curso de su narración debido a su convicción de que yo sabía a qué se estaba refiriendo. En cuanto a lo que terminaba de decir, yo no tenía la menor idea de lo que había hecho Fidencio ni la Mescalera.

"¿En qué sentido se diferenció la Mescalera de Fidencio?" Le preguntó Dilian a Magaly. Ella la contempló durante un instante, como midiéndola. Luego se sentó con las rodillas recogidas contra el pecho.

"El Naualli me lo dijo todo. No tuvo secretos para mí. Fidencio era el mejor; es por eso que ahora no está en el mundo. No regresó. A decir verdad, era tan bueno que ni siquiera tuvo qué arrojarse a un precipicio al terminar su aprendizaje. Fue como Celestino; un día, cuando trabajaba en el campo, algo llegó hasta él y se lo llevó. Sabía cómo dejarse ir".

"¿Saltar a un abismo? Eso me parece demasiado inverosímil para ser real".

"Ese es el mundo del Naualli, sin duda. Nada en él es real. Él mismo me dijo que no creyera nada. Pero, a pesar de todo, los aprendices varones tienen que saltar. A menos que sean verdaderamente magníficos, como Fidencio. El Naualli nos llevó, a mí y a la Mescalera, a la Cueva de las Flores y nos hizo mirar al fondo del precipicio. Allí nos demostró la clase voladora de Naualli que era. Pero sólo la Mescalera podía seguirlo. Ella también deseaba saltar al abismo. El Naualli le dijo que era inútil. Dijo que los mescaleros femeninos deben hacer cosas más penosas y más difíciles que esa. También nos dijo que el salto estaba reservado a otros cuatro. Y eso fue lo que sucedió, los cuatro saltaron".

"¿De qué estás hablando?"

"Me refiero a Yef, Yolanda, Pablo y Rosaura, saltaron el mismo día".

"¿Rosaura? ¿Quién es ella?"

"¿No la conoces? Fue una aprendiz de don Gaspar…" Yo igual quedé perplejo, nunca había escuchado el nombre de Rosaura entre los mescaleros.

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martes, 11 de mayo de 2010

Kanp'éel iik'o'ob [Cuatro vientos]

"Un día, cuando nos encontrábamos en las montañas de su tierra natal, escuché el viento por primera vez. Penetró directamente en mi matriz. Yo yacía sobre una piedra plana y el viento giraba a mi alrededor. Ya lo había visto ese día, arremolinándose en torno de los arbustos; pero esa vez llegó a mí y se detuvo. Lo sentí como a un pájaro que se hubiese posado sobre mi estómago. El Naualli me había hecho quitar toda la ropa; estaba completamente desnuda, pero no tenía frío porque el viento me abrigaba".

¿Tenías miedo, Magaly?

"¿Miedo? Estaba petrificada. El viento tenía vida; me lamía desde la cabeza hasta la punta de los pies y se metía en todo mi cuerpo. Yo era como un balón, y el viento salía de mis oídos y mi boca y otras partes que prefiero no mencionar. Pensé que iba a morir, y habría echado a correr si el Naualli no me hubiera mantenido sujeta a la piedra. Me habló al oído y me tranquilizó. Quedé allí tendida, serena, y dejé que el viento hiciese de mí lo que quisiera. Fue entonces que el viento me dijo qué hacer".

¿Qué hacer con qué?

"Con mi vida, mis cosas, mi habitación, mis sentimientos. En un principio no me resultó claro. Creí que se trataba de mis propios pensamientos. El Naualli me dijo que eso nos sucede a todos. No obstante, cuando nos tranquilizamos, comprendemos que hay algo que nos dice cosas".

¿Oíste una voz?

"No. El viento se mueve dentro del cuerpo de la mujer. El Naualli dijo que se debe a que tenemos útero. Una vez dentro del útero, el viento no hace sino atraparte y decirte que hagas cosas. Cuanto más serena y relajada se encuentra la mujer, mejores son los resultados. Puede decirse que, de pronto, la mujer se encuentra haciendo cosas de cuya realización no tiene la menor idea. Desde ese día el viento me llegó siempre. Habló en mi útero y me dijo todo lo que deseaba saber. El Naualli comprendió desde el comienzo que yo era el viento del Norte. Los otros vientos nunca me hablaron así, a pesar de que he aprendido a distinguirlos".

¿Cuántos vientos hay?

"Hay cuatro vientos, como hay cuatro direcciones. Esto, desde luego, en cuanto a los mescaleros y aquellos que los mescaleros hacen. El cuatro es un número de poder para ellos. El primer viento es la brisa, el amanecer. Trae esperanza y luminosidad; es el heraldo del día. Viene y se va y entra en todo. A veces es dulce y apacible; otras es impertinente y molesto.

"Otro viento es el viento violento, cálido o frío, o ambas cosas. Un viento de mediodía. Sus ráfagas están llenas de energía, pero también llenas de ceguera. Se abre camino destrozando puertas y derribando paredes. Un mescalero debe ser terriblemente fuerte para detener al viento violento.

"Luego está el viento frío del atardecer. Triste y molesto. Un viento que nunca le deja a uno en paz. Hiela y hace llorar. Sin embargo, el Naualli decía que hay en él una profundidad tal que bien vale la pena buscarlo.

"Y por último está el viento cálido. Abriga y protege y lo envuelve todo. Es un viento nocturno para los mescaleros. Su fuerza está unida a la oscuridad.

"Ésos son los cuatro vientos. Están igualmente asociados con las cuatro direcciones. La brisa es el Este. El viento frío es el Oeste. El cálido es el Sur. El viento violento es el Norte.

"Los cuatro vientos poseen también personalidad. La brisa es alegre y pulcra y furtiva. El viento frío es variable y melancólico y siempre meditabundo. El viento cálido es feliz y confiado y bullicioso. El viento violento es enérgico e imperativo e impaciente.

"El Naualli me dijo que los cuatro vientos eran mujeres. Es por ello que los mescaleros femeninos los buscan. Vientos y mujeres son semejantes. Ésa es asimismo la razón por la cual las mujeres son mejores que los hombres. Diría que las mujeres aprenden con mayor rapidez si se mantienen fieles a su viento".

¿Cómo llega una mujer a saber cuál es su viento personal?

"Si la mujer se queda quieta y no se habla a sí misma, su viento la penetra".

¿Debe yacer desnuda?

"Eso ayuda. Especialmente si es tímida. Yo era una mujer gorda. No me había desnudado en mi vida. Dormía con la ropa puesta y cuando tomaba un baño lo hacía sin quitarme los calzones. Mostrar mi grueso cuerpo al viento era para mí como morir. El Naualli lo sabía e hizo las cosas así porque valía la pena. Conocía la amistad de las mujeres con el viento".

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miércoles, 5 de mayo de 2010

Dirección

"Un día me encontraba sola en la entrada de la casa", prosiguió Magaly. "Me estaba peinando al sol con el peine que me había dado el Naualli; no había advertido su llegada ni reparado en que estaba de pie detrás de mí. De pronto, sentí sus manos, tomándome por la barbilla. Lo oí cuando me dijo en voz muy queda que no debía moverme porque se me podía quebrar el cuello. Me hizo torcer la cabeza hacia la izquierda. No completamente, sino un poco. Me asusté muchísimo y chillé y traté de zafarme de sus garras, pero tuvo mi cabeza sujeta por un tiempo muy largo.

"Cuando me soltó la barbilla, me desmayé. No recuerdo lo que sucedió luego. Cuando recobré el conocimiento, estaba tendida en el suelo. El Naualli se había ido. Yo me sentía tan avergonzada que no quería ver a nadie. Durante una larga temporada di en pensar que el Naualli jamás me había torcido el cuello y que todo había sido una pesadilla".

Se detuvo. Aguardé una explicación de lo que había ocurrido. Se la veía distraída; quizá preocupada.

"¿Qué fue exactamente lo que sucedió, Magaly?" Preguntó Dilian, incapaz de contenerse. "¿Te hizo algo?"

"Sí. Me torció el cuello con la finalidad de cambiar la dirección de mis ojos", dijo Magaly, y se echó a reír de buena gana ante la mirada de sorpresa de Dilian.

"Entonces, ¿él...?"

"Sí. Cambió mi dirección", prosiguió, haciendo caso omiso de las inquisiciones. "Lo mismo harán contigo y con todos los demás".

"Es cierto. Lo harán conmigo. Pero, ¿por qué crees que lo hizo?"

"Tenía que hacerlo. Esa es, de todas las cosas que hay que hacer, la más importante".

Se refería a un acto singular que don Gaspar estimaba absolutamente imprescindible. Yo nunca había hablado de ello con nadie. En realidad, se trataba de algo casi olvidado para mí. En los primeros tiempos de mi aprendizaje hubo una oportunidad en que encendió dos pequeñas hogueras en los cerros de Oaxaca. Estaban alejadas entre sí unos seis metros. Me hizo situar a una distancia similar de ellas, manteniendo el cuerpo, especialmente la cabeza, en una postura muy natural y cómoda. Entonces me hizo mirar hacia uno de los fuegos y, acercándose a mí desde detrás, me torció el cuello hacia la izquierda, alineando mis ojos, pero no mis hombros, con el otro fuego. Me sostuvo la cabeza en esa posición durante horas, hasta que la hoguera se extinguió. La nueva dirección era la Sudeste; tal vez sea mejor decir que había alineado el segundo fuego según la dirección Sudeste. Yo había tomado todo el proceso como una más de las inescrutables peculiaridades de don Gaspar, uno de sus ritos sin sentido.

"El Naualli decía que todos desarrollamos en el curso de la vida una dirección según la cual miramos. Esa dirección termina por ser la de los ojos del espíritu. Según pasan los años esa dirección se desgasta, se debilita y se hace desagradable y, puesto que estamos ligados a esa dirección particular, nos hacemos débiles y desagradables. El día en que el Naualli me torció el cuello y no me soltó hasta que me desmayé de miedo, me dio una nueva dirección".

"¿Qué dirección te dio?"

"¿Por qué lo preguntas? ¿Acaso piensas que el Naualli me dio una dirección diferente?"

"Yo podré decirte qué dirección me dará a mí".

"¡No me importa! De eso luego me enteraré a final de cuentas".

Parecía estar agitada. "¿Qué más te hizo el Naualli?"

"Tras cambiar mi dirección, el Naualli comenzó, a decir verdad, a hablarme del poder. Al principio mencionaba cosas sin propósito fijo, porque no sabía exactamente qué hacer conmigo. Un día me llevó a una corta excursión a pie por los cerros. Luego, otro día, me llevó en autobús a su tierra natal, en el desierto. Poco a poco, me fui acostumbrando a ir con él".

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