viernes, 5 de septiembre de 2008

"Retorno" (como un upanishad)

Más allá de los sentidos está la mente, y más allá de la mente está la razón, su esencia.

Desperté y vi el cielo estrellado. Quizá me había quedado dormido en el techo de la casa. Al bajar a la cocina por un vaso de agua helada, el teléfono sonó. Contesté, y me sorprendió escuchar del otro lado la voz de Norma. No recordaba o que yo sepa, jamás le había dado mi número telefónico. Por su risa burlona, sentí empatía por todas aquellas personas a las que había asustado de semejante manera: de llamarles o buscarles sin que les dijera cómo había dado con ellos. Irónicamente me preguntó que cómo me había ido. Fue como una especie de golpe, porque de repente las imágenes me vinieron como un corto de película. Recordé haber estado en un sueño extraño. Quizá fue un sueño suspendido. Y ahí había estado Norma. Ella misma me aclaró que lo que había sucedido fue el llamado. Que ahora quedaba recapitular tras mi descanso en la eternidad. Me indicó por último que quedaban dudas por aclarar.

Más allá está el espíritu del hombre, y en el más allá este es el espíritu del universo, el que lo envuelve todo.

Pasaron los días y no me topé con ningún mescalero, ni siquiera sabía cómo dar con Norma para que me explicara. Ni mis técnicas para dar con la gente surtían efecto. Últimamente me he sentido insoportable con la gente, he estado de mal humor la mayoría de las tardes. Mi sueño no lo he podido conciliar. Para matar el tiempo sigo leyendo. Pienso que tal vez mis compañeros están esperando que algo se asiente en mí. Sólo sé que no me siento bien como antes. Algo sucede en mi interior, como si un fuego ardiera y me inquietara muy en el fondo de mi corazón, de mi alma misma. Por otro lado, ese mal humor que he descubierto, está sobrepasándose y lastimando a cada ser que se atraviesa en mi camino. Buscaré la forma de evitar eso.

Cuando los cinco sentidos y la mente están tranquilos, y la razón misma descansa en el silencio, entonces comienza el sendero supremo.

Recientemente me encontré con Juanito Mescalero, estaba triste por alguna razón. Sin embargo, a pesar de su estado de ánimo, me dijo que notaba algo diferente en mí. Brío o quizá fiereza. Según él, notaba un brillo en mis ojos, como si quisiera destruir todo lo que yo quisiera: Odio. Le comenté acerca de mi sueño, y de la repentina llamada de Norma. Él me preguntó extrañado acerca de aquella chica. Le aclaré que era una mescalera, quizá discípula de Pablo. “Ninguno de nosotros está calificado para ser maestros, mi buen”. Quise preguntarle el por qué decía eso, pero recordé que su maestro (don Goyo) aún estaba entre nosotros. Se me ocurrió ir a visitar a don Goyo, él puede ayudarme, pero Juanito Mescalero me dijo que su maestro se había ido de viaje. Todos estábamos solos.

En él están tejidos el cielo y la tierra y todas las regiones del aire, y en él descansa la mente y todos los poderes de la vida. Conócelo como el Naualli y haz a un lado todas las demás palabras. Él es el puente de la inmortalidad.

Nuevamente caí en el desasosiego. Puse música para intentar canalizar mis pensamientos. Me descubrí ascendiendo a unos planos misteriosos a los que llamé cielos. Me vi contra un extraño jaguar de fuego, y a partir de ahí cayó la oscuridad. El silencio imperó durante mi descanso. El frío se apoderó de mí, y sentí que viajaba por la eternidad. Hasta que me revelaron que los desafíos aún seguían pendientes en mi mundo. Aparecí de pie ante un puente: el regreso.

Y cuando él es visto en su esencia y trascendencia, entonces los nudos que tienen atado el corazón son desanudados, las dudas de la mente son desvanecidas, y la ley del universo ya no funciona más.

Me miré en el espejo, no había nada distinto en mí, los años no habían ocurrido, a pesar de que estuve ausente. Cerré los ojos y al abrirlos ya no estaba yo reflejado en el espejo, un brillo color rojo me envolvía como si yo fuese de fuego vivo. Al mirar a mi alrededor, todo era oscuridad. Caminé con esa visión y veía todo oscuro, salvo mi gato que se atravesó en mi camino, despedía totalmente un color amarillo. Las plantas un color azul. Salí a la calle y vi el cielo, era púrpura. El sol era una bola blanca incandescente. La energía circulaba.

De la desilusión guíame a la verdad.
De la oscuridad guíame a la luz.
De la muerte guíame a la inmortalidad.

Entonces un pensamiento comenzó a recitar extraños versos. Frente a mí Juanito Mescalero recitaba en voz alta… “Más allá de los sentidos está la mente…”

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