viernes, 29 de junio de 2007

El tiempo de un mescalero

La última conversación que había tenido con Malú, me hizo reflexionar seriamente con mis sentimientos. En realidad siento un gran afecto por ella, incluso siento que la he hecho sufrir, cada día, con mis estúpidas cavilaciones. Tenía mucha razón en cuanto a mis ideas, y ella misma tuvo que finalizar de una vez por todas la tortura emocional que ejercía sobre ella. Una de las frases de aquella conversación que aún resuena en mi mente es "Te quieres comer al mundo de un bocado". Por un lado sentí que tenía razón. Caí en una verdadera depresión que hasta lloré y dejé de comer.

Decidí que no era correcto quedarme encerrado en la habitación, así que salí en busca de una señal en este mundo monótono. Caminé por la avenida Héroes y me senté en una banca cerca de una tienda de discos. Miré a la gente como esperando que alguien surgiera de repente y me saludara. En efecto, aparecieron dos caras conocidas. Don Celestino iba caminando junto con Yolanda. Me saludaron y ambos se sentaron al lado de mí.

Don Celestino rápidamente me dijo que dejara de sentirme desesperado. Le comenté todo acerca de las conversaciones que había sostenido con Malú. Ambos seres empezaron a reírse de mí. "Es que de verdad eres un precoz", me dijo Yolanda mordazmente.

"Cada día que pasa, te estás volviendo un irresponsable. Siempre te sientes obligado a explicar tus actos como si fueras el único hombre que se equivoca en la tierra. Es tu viejo sentimiento de importancia. Recuerda que estamos en un mundo extraño, y como sabes, hay que hacerse responsable de estar en un mundo así", me dijo don Celestino, sin necesidad de mirarme.

"Malú, podría ser una excelente mescalera si ella se lo propusiera. ¿Sabías eso, Mescalito?" Me dijo Yolanda. "Ella sabe que actúas así, porque es una buena observadora. Pero tú no puedes hacer nada, porque esa es nuestra naturaleza como mescalero: no tiene tiempo para quejarse y mostrar sus estrategias, no tiene tiempo para nada. ¡Ja! Quieres comerte al mundo de un bocado..." De repente se empezó a carcajear, al darle enfásis a su frase en bocado.

"Yo sé que nuestro Mescal, tiene en cuenta que un mescalero no tiene tiempo para nada. ¿O crees tener mucho tiempo? ¿Crees que tu vida va a durar para siempre?" me preguntó don Celestino arqueando las cejas. Le dije a don Celestino que no creía tener mucho tiempo.

"Entonces, si no crees que tu vida va a durar para siempre, ¿qué cosa esperas? ¿Por qué titubeas en cambiar?" me preguntó Yolanda.

"¿Se les ha ocurrido alguna vez que a lo mejor no quiero cambiar?"

"Sí, se me ha ocurrido. Yo tampoco quería cam­biar, igual que tú. Sin embargo, no me gustaba mi vida; estaba cansada de ella, igual que tú. Ahora no me alcanza la que tengo".

"No tienes tiempo, amigo mío, no tienes tiempo. Ninguno de nosotros tiene tiempo". Me dijo don Celestino con tono de decepción. Le dije que estaba de acuerdo con él, pero me calló, diciéndome que en vez de estar de acuerdo tan fácilmente, que mejor actuara, que aceptara el reto, que cambiara.

"No tienes tiempo, amigo mío..." Volvió a decir. "Ésa es la desgracia de los seres humanos. Ninguno de nos­otros tiene tiempo suficiente, y tu continuidad no tiene sentido en este mundo de pavor y misterio".

"Tardarás años en convencerte, y luego tardarás años en actuar como corresponde. Ojalá te quede tiempo". Me dijo Yolanda alzando los hombros. Don Celestino vio que puse una cara de expresión grave, y entonces dijo:

"Ya te dije: éste es un mundo extraño. Las fuerzas que guían a los hombres son imprevisi­bles, pavorosas, pero su esplendor es digno de verse. Te sugiero que pienses de una vez por todas que no tienes tiempo, deja que tus actos fluyan de acuerdo con eso. Que cada uno de tus actos sea tu última batalla sobre la tierra. Sólo bajo tales condiciones tendrán tus actos el poder que les corresponde. De otro modo serán, mientras vivas, los actos de un hom­bre tímido".

Le pregunté si era terrible ser tímido. Yolanda se carcajeó y me miró con ojos saltones:

"No, Mescalito. No lo es si vas a ser inmortal, pero si vas a morir no hay tiempo para la timidez, sencillamente porque la timidez te hace agarrarte de algo que sólo existe en tus pensamientos. Te apaciguara mientras todo está en calma, pero luego el mundo de pavor y misterio abrirá la boca para comerte, como lo hará para cada uno de nosotros, y entonces te darás cuenta de que tus caminos seguros nada tenían de seguro. La timidez nos impide examinar y aprovechar nuestra suerte como seres humanos".

Read more...

viernes, 15 de junio de 2007

Canción Mixteca

Decidí ausentarme un momento de todas mis rutinas y salir al mundo exterior para analizar mi vida. Realmente aún no comprendía el término de que yo era un moyote. Salir al techo de la casa a apreciar el horizonte, decidí suspenderlo, porque realmente me llenaba de nostalgia. Los breves encuentros con Malú, me hacían recapacitar y poner los pies en la tierra. Sin embargo, yo me entregaba al mal hábito de confundirme. Lo quiero ver de esa manera, porque no se me ocurre otro término, por el momento. Después de todo, don Pascual tenía la razón.

Había decidido ir a despejar mi mente por un momento en algún lugar de este mundo monótono. Para mí mala suerte, conocí a un anciano indigente en el parque de la Alameda. Se sentó conmigo porque no tenía con quién platicar. Tenía el cabello exageradamente blanco, al igual que su larga barba. El único problema de su presencia era que apestaba terriblemente. Se presentó como Gelasio, aunque admitió que su nombre no le agradaba en lo más mínimo.

Mi ánimo, en ese momento, me impedía entablar una plática, pero de repente me entró curiosidad, porque el anciano comenzó a hablar de sus sueños y pesadillas. Sinceramente soy de los que creen que en los sueños se revelan muchas eventos del porvenir.

El anciano me hizo pasar un rato agradable con sus historias. Era un hombre que al parecer quería desahogar tantas experiencias con alguien. Un momento después, se quedó apreciando a unos niños que jugaban en el pasamanos. Experimenté un sentimiento extremadamente agradable de paz y satisfacción, al apreciar también a aquellos niños; el mundo en aquel momento parecía en calma. La quietud era exquisita y al mismo tiempo enervante.

Me hallé extraño al silencio que regía en ese momento. Así que traté de hablar, pero Gelasio me calló. Tras un rato, la tranquilidad del sitio afectó mi estado de ánimo. Me puse a pensar en mi vida y en mi historia personal, y experimenté una familiar sensación de tristeza y remordimiento. Le dije al anciano que ya no soportaba estar en Chetumal, que quería largarme a otro lugar que me hiciera sentir por unos momentos distinto; que me hiciera olvidar de todas mis rutinas, porque presentía que mi espíritu había sido deformado por las circunstancias de mi vida.

Se rió. Dijo que yo era un hombre. Y como cualquier hombre, merecía todo lo que era la suerte de los hombres: alegría, dolor, tristeza y lucha.

"La naturaleza de nuestros actos carecen de importancia siempre y cuando actuemos como un mescalero". Recordé.

Casi en un susurro, me dijo que si en verdad sentía yo que mi espíritu estaba deformado, simplemente debía componerlo, ya sea purificarlo, hacer­lo perfecto, porque en toda nuestra vida no había otra tarea más digna de proponerse. Sino arreglamos el espíritu, es como buscar la muerte, y eso era igual que no buscar nada, pues la muerte nos iba a alcanzar de cualquier manera. Eso me hizo recordar otra frase que tenía en lo más recóndito de mi memoria: "Buscar la perfección del espíritu del mescalero es la única tarea digna de nuestra hombría".

Aquellas palabras actuaron como un catalizador. Sentí el peso de mis acciones pasadas como una carga inso­portable y estorbosa. Admití que no había esperanza para mí. Empecé a llorar, hablando de mi vida. Dije que me había encerrado al dolor y a la tristeza, excepto en ciertas ocasiones en las que me percataba de mi soledad y de mi impotencia.

"Te sientes como una hoja al viento, ¿no?"

Asentí. No sé, pero así me sentía exactamente. El anciano parecía compenetrado de mis sentimientos. Dijo que mi estado de ánimo le recordaba una canción y empezó a can­tarla en tono bajo; su voz cantante era muy agradable y la letra me arrebató: "Qué lejos estoy del suelo donde he nacido. Inmensa nostalgia invade mi pensamiento. Al verme tan solo y triste cual hoja al viento, quisiera llorar, quisiera morir de sen­timiento".

Dije que las circunstancias de mi vida habían sido, a veces, devastadoras. Él escuchó con atención, pero no pude saber si sólo lo hacía por amabilidad, o si estaba genuinamente preocupado, hasta que lo sor­prendí tratando de esconder una sonrisa.

"Por mucho que te guste compadecerte a ti mis­mo, tienes que cambiar eso. No encaja con tu personalidad".

Rió y cantó nuevamente la canción, pero contor­sionando la entonación de ciertas palabras; el resul­tado fue un lamento risible. Señaló que el motivo de que me gustara la canción era que en mi propia vida yo no había hecho sino lamentarme y hallar defectos en todo. No pude discutir con él. Estaba en lo cierto. Sin embargo, yo creía tener motivos suficientes para justificar mi sentimiento de ser como una hoja al viento.

El anciano bostezó, se levantó de la banca y se rascó la cabeza. Por un momento no sentí el factor de asco; me pareció indeferente. Al verlo alejarse con su costal. Me vino a la mente un pequeño recuerdo con Loreto.

"Lo más difícil en este mundo es adoptar el áni­mo de un mescalero. De nada sirve estar triste y quejarse y sentirse justificado de hacerlo, cre­yendo que alguien nos está siempre haciendo algo. Nadie le está haciendo nada a nadie, mucho menos a un mescalero. Tú estás aquí, conmigo, porque quieres estar aquí. Ya deberías haber asumido la responsabilidad com­pleta, y la idea de que estás a merced del viento de­bería ser inadmisible".

Read more...

miércoles, 6 de junio de 2007

Moyote

Me sentía como león enjaulado. No hallaba la manera de distraerme en casa. Ni siquiera ir al cine me llamaba la atención, o alguna que otra lectura. Conectarse a la red, creo que sólo comenzaba a crear un problema emocional con una persona. Decidí salir de casa cerca de las 8 pm. Salí a vagar para despejar la mente. Me sentía tan preocupado que había olvidado lo que tenía que hacer un mescalero en tales circunstancias.

Mientras caminaba, escuché que alguien había pronunciado mi nombre. Viré y me percaté que era don Pascual. Caminaba con una sombrilla.

"No es bueno salir a la calle sin una sombrilla cuando el clima está de la patada".

Me quedé sorprendido. Había llegado a la conclusión de que don Pascual era una contraparte mía que se activaba cuando estaba en un dilema. Le dije que el cielo sólo estaba nublado, que no hacía calor como para que empezara a llover. "¿Ah, no?", don Pascual me señaló a un pobre perro que gemía, mientras intentaba acostarse en un lugar fresco para poder dormir.

"¿Lo ves ahora? Creo que aún no has aprendido a descifrar las señales." Dijo don Pascual y abrió la sombrilla. De repente empezaron a caer gruesas gotas de lluvia. "Conozco un buen lugar donde podremos conversar a gusto".

Le dije a don Pascual que ya estaba harto de tantas conversaciones. Que a todo mundo con el que platicaba, lo único que hacía era hacerlo sentir mal consigo mismo. Y que por otra parte, empezaba a entender que el era un invasor de mi entrenamiento, que nada más aparecía para confundirme en mi camino...

"No, muchacho. Estás muy equivocado. El que se quiere confundir eres tú. No lo entiendo... Acabas de pasar a un nivel, digamos, digno de tu personalidad y ahora estás en un estado de desesperación..."

Le reclamé que no estaba desesperado. Simplemente no lograba definir qué era lo que realmente estaba ocurriendo, y que a pesar de todo, seguiré pensando que don Pascual era nada más que una ilusión. Don Pascual empezó a carcajearse y me quitó la sombrilla. Sentí la lluvia caliente. Luego me volvió a cubrir.

"Dime... ¿Es real?"

Le pregunté entonces, que si realmente era real, había utilizado su voluntad para atraerme hasta aquí. Me respondió que no me subestimaba, que él jamás haría semejante cosa. Pero cambió de tema y me dijo que estaba decepcionado porque no gané en la confrontación. Le comenté a don Pascual que no quería regresar a tales escenas. Que ya las había superado. Además lo primordial era eliminar toda la historia. Aunque a decir verdad, esperaba un NO por parte de Lidia. Sin embargo, me quedé en suspenso, puesto que no me dijo nada.

Don Pascual rió hasta sacar las lágrimas, y me dijo que después de todo estaba perdiendo el tiempo.

"Entonces la búsqueda será aún más difícil, ¿no lo crees?"

"¿De qué habla, don Pascual?"

"De la Huizache, de quién más. ¿O ya te habías olvidado?"

Le dije que estaba consciente en que la búsqueda no se realizaría en este lugar. Que el destino de la búsqueda se presentaría en otro lugar, y yo tendría que ir por ella. A pesar de que realmente no sabía de quién se trataría. La voluntad de un mescalero está abierto a posibilidades portentosas. Don Pascual me miró con ojos burlones, y me dijo en voz baja que seguía igual de pendejo. Un pendejo con clase según él. No le dí importancia. Me dijo que me despertara. Que no era necesario ir hasta los cerros para poder olvidarme de todo.

No quise responderle, porque sabía que necesitaba ir a cualquier costo hasta Oaxaca. Recordé que al regresar, ya no estaría Loreto. Se había despedido la última vez en la sabinera. Y claro me había dado la instrucción de buscar una Huizache.

"Mira muchacho. Ya sé que tienes ganas de volar. ¿Por qué no defines a tu ser interior? Yo lo he visto cada vez que te subes al techo a mirar el horizonte. A ver ese ocaso que te causa tanta melancolía. Quieres volar, eso es lo que pasa. Cada ser como tú, tiene ese deseo. Tu ser interior siempre lo has conocido, incluso lo has nombrado desde el año pasado. Ya sabías de qué se trataba".

Pedí a don Pascual que fuera al grano. Me dijo que mi ser interior era un mosquito. Ese era mi forma animal. Y que claro, el nombre que siempre había pronunciado para él era el de Moyote.

"Ahora entiendes por qué te sientes con tantas ganas de volar. Pero descuida. Tus alas aún no han crecido lo suficiente. Y ni siquiera las has ejercitado".

Me quedé callado en silencio, y cerré los ojos. Suspiré profundamente. Analicé que no se trataba de una broma. Un mosquito...

Me disculpé con don Pascual, y salí corriendo entre las gotas de lluvia, hasta llegar a casa.

Read more...