sábado, 23 de enero de 2010

Humidus somnus

Hace poco le había hablado a Dilian acerca de la tristeza y el estado de ánimo de un mescalero. La funcionalidad de estar triste, el dolor. Hicimos la clásica analogía de que el hombre, para tener un transición, un verdadero cambio, tenía que padecer un dolor terrible. Así como cuando brota la vida, o cuando nace un recién nacido. La madre sufre al parirlo, el niño nace llorando. ¿Qué es la tristeza? Dilian entonces aplicó la recapitulación de su vida, y en ese momento anotó todos los momentos tristes, verdaderamente tristes, y se percató de que aquella tristeza le había hecho un cambio enorme como persona.

Cuando Dilian se fue, cerré los ojos para mirar las escenas que aún se mantenían frescas en mis recuerdos. Me di cuenta de que todo era distinto, había algo de tristeza en esas escenas, pero yo no lograba sentirlas como debería. No era nada extraño, y no era porque me hiciera el fuerte. De repente, tras recordar con detalle la fiesta de despedida que le hicimos al profesor Niño, Dilian apareció sentada a mi lado. Me preguntó qué hacíamos los dos en aquel lugar gris. Le respondí que estaba en mis recuerdos.

Dilian no dejaba de sorprenderme. Me dijo que ella había decidido dormir unos minutos antes de dedicarse a sus labores. Llegó súbitamente a la conclusión de que estaba soñando. Para ser exactos estábamos ensoñando. "¡Entonces puedo actuar de acuerdo a mi voluntad! Puedo hacer que estemos en este momento en mi cuarto!", y en efecto, en el mismo tiempo que lo decía, Dilian y yo estábamos en su cuarto. Jamás había conocido un cuarto tan ordenado. Al ponerme de pie, y acercarme a la ventana para abrirla, Dilian me gritó que no lo hiciera. Le desobedecí, y lo curioso fue que no pude ni siquiera tocar los bordes de la ventana. Parecían ser de líquido. Dilian soltó una carcajada: "Después de todo, estamos en un sueño. ¿Eres realmente TÚ? ¿O eres parte de mi sueño húmedo?"

Me extrañó sobremanera la pregunta de Dilian; ella asentía como si leyera mis pensamientos: "Sí, me gustas... Y es agradable de que si esto es un sueño, y lo puedo manipular a mi antojo... tengo ganas de hacerlo contigo". Al escuchar a Dilian, tragué saliva. Dilian comenzó a desvestirse; corrí hacia ella y la detuve. Le dije que se tranquilizara, que esto no se trataba de un sueño, yo estaba consciente de que así era. Estábamos ensoñando, y la energía corría entre nosotros. Cuando la tomé de las manos para que no se quitara la ropa, recordé que en las anécdotas de las mescaleras, algunas tendían a enamorarse perdidamente de los nauallis.

Y cuando pensé en esto, los brazos de Dilian se me escurrieron entre los dedos. Todo lo que tocara alrededor era líquido. Dilian me miraba pícaramente, y me decía: "disculpa, pero te lo digo en serio... me gustas. Yolanda me había hablado sobre tus infructuosos intentos por tener novia... cosa que después comprendí: lo tenemos prohibido... el amor. Así que esto no sería más que un desliz nuestro, ¿no es así?" Negué con la cabeza, como mescaleros nada se nos podía prohibir; nada ni nadie podía ponernos límites en nuestro camino. Dilian asintió, y entonces acercó sus carnosos labios a los míos. Estaba a punto de seguirle el juego, cuando mejor, decidí levantarme. Le dije que era imposible. "No lo entiendo. ¿Qué te sucede?" Suspiré y le dije a Dilian que me disculpara. "Si nadie nos pone límites... ¿Por qué te limitas?"

Le di la espalda a Dilian, y viéndola desde su espejo le dije que no era cuestión de gusto. Que mis fracasos no se debían simplemente a mis extrañas maneras de acercarme a una mujer; yo estoy consciente del ser que soy: un naualli. Y esto mismo provocaba repulsión a las chicas, quizá el grado de impecabilidad... la seriedad de mis palabras al intentar convencerlas... Dilian se acercó y me tomó de la mano. "Quiero sentirme completa..." Le estrujé la mano al escuchar decir aquello. Viré, y con la palma de mi mano golpeé a Dilian en el plexo solar. La oscuridad se presentó ante nosotros, Dilian viajó a miles de kilómetros en el infinito y cuando despertó, se dio cuenta que tenía una enorme quemadura entre su esternón y su ombligo. "¿Qué me has hecho?"

No quise darle esta vez explicaciones, sólo le dije de manera escueta que un naualli tiene prohibido las relaciones sexuales con el fin de ahorrar su energía. "Eso es una idiotez". Sólo recurrimos a las relaciones sexuales, cuando tenemos una fuga energética, en este caso los dos prescindimos de ella. "Es por eso que tienes que actuar como imbécil..." Me acerqué para levantar a Dilian, y sucedió de nuevo: su brazo parecía líquido. Le solicité que dejara de actuar así; Dilian sólo me miró con el ceño fruncido, al parecer estaba a punto de desbordar de coraje. Le pedí que comprendiera. "¿Acaso hay alguien especial a quien quieres? Si es así, dímelo por favor" Guardé silencio, y me senté frente a mi aprendiz; la miré y luego cerré los ojos. "Responde..." Esto no es un sueño Dilian. Me parece absurdo todo esto. No sé cómo... No sé qué logras ver en mí... Y antes de que me respondiera, con la ayuda de mi voluntad, me convertí en el jaguar de fuego. Tomé vuelo, corrí hacia ella, y la atravesé, quedando capturado en su interior. Alcé la potencia de mi llama, hasta que Dilian ardió internamente, dejando que su cuerpo fuera consumido por el fuego. Reía, gritaba, algo eléctrico, una fricción energética le producía una enorme delectación, hasta que cayó desfallecida.

Cuando abrió los ojos, me vio y sonrió. Le pedí que descansara. Ella no lo sabía, pero se había adelantado al mundo del ensueño.

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viernes, 1 de enero de 2010

Huidizos

Me encaminé hacia la librería, sobre la acera húmeda y entre la gente encarrerada. El centro de la ciudad me parecía más que un tránsito de sombras, una enorme colmena, o quizá una marcha excesiva de hormigas. Al entrar a la librería, revisé libros en cada estante, buscando algo para entretenerme. Y fue ahí donde me encontré de nuevo a Dilian, justamente frente al estante de esoterismo; revisaba un pequeño libro de bolsillo acerca de los upanishads. Cuando me vio, no hubo ninguna reacción de alegría o de sorpresa. Simplemente me observó y me dijo: "Este libro me recuerda a muchas de las cosas que me cuentan todos ustedes". En efecto, yo secundaba con ella.

Le pregunté cómo estaba, cómo le había ido últimamente, y me respondió de manera escueta que se encontraba triste. Me explicó que comenzaba a decepcionarse por la actitud de Yolanda. Alcé las cejas fingiendo sorpresa, y le pregunté cómo estaba Yolanda; me dijo: "Me enoja, no tiene nada de ética. Cuando te menciono, ella siempre te critica. Dime, ¿no te parece mal lo que hace? Si estoy en un proceso de aprendizaje, y yo estoy tan emocionada con todo esto, al decirme que eres un imbécil, y de que no te tomara tan en serio, sino que aprendiera a no cagarla... en fin, me parece muy mal".

Solté una gran carcajada, que hasta la dependienta se nos quedó mirando. Tomé del brazo a Dilian, y le dije que caminaramos a la explanada de la bandera a sentarnos en la sombra. Creo que era el momento adecuado para señalarle una nueva tarea. Le dije que no se enojara con Yolanda. Quizá era el momento preciso para revelarle y recordarle que los mescaleros jamás deben darle importancia a las cosas. Le hablé acerca de la importancia personal. Le dije que Yolanda la estaba aguijoneando. En realidad el enojo es porque les damos importancia a los actos de los demás: Un mescalero sabe que nadie le hace nada a nadie; que uno mismo se hace daño con la gente y con los sentimientos. "Llegó la hora de que tú y yo nos volvamos huidizos".

Dilian me miró confundida. Le expliqué que para que ella aprendiera a hacerse huidiza, tendría que aplicar el desapego, tener el menor contacto con la gente, en pocas palabras, tendríamos que volvernos inaccesibles con la gente. No correríamos en su búsqueda, sino que dejaríamos un puente tendido para los que quieran encontrarnos, lo atravesaran y convivieran con nosotros. A Dilian le pareció una idea descabellada, y le dije que yo también había pensado lo mismo cuando me pidieron desapegarme de todo. "No estarás sola, Dilian, en este caso, los mescaleros estaremos a tu disposición cada vez que tengas una duda. Pero es necesario que aprendas a convivir con la soledad. Llegó la hora de que todo lo que te he dicho lo llevemos a la praxis. Esto no es broma: debes prepararte incansablemente a través de una férrea disciplina; debes fortalecer tu cuerpo y perfeccionar tu espíritu; a partir de ahora tu campo de batalla es el mundo y la vida cotidiana".

"Sí, todo eso lo entiendo, pero... ¿Qué debo hacer para perfeccionar mi espíritu?" Me preguntó Dilian, y le respondí que tenía que actuar de manera inflexible en la búsqueda de tal perfección, y que para ello, debe mantener siempre una actitud ante la vida y las cosas de la vida que le permita liberarse del miedo, de la ambición, de la queja y la tristeza.

"Entiendo. Pero dime, ¿no te molesta que ella hable así de ti? Me dice que te quejas por todo con la gente, incluso con ellos". Asentí y le dije que para que la gente no sospechara de lo que somos, tendemos a actuar de una manera... "anormal" o de plano, de manera "estúpida". Tenemos el desatino controlado, es una manera de despistarlos. Por ejemplo Yolanda, ella actúa contigo como una persona agresiva, yo actúo quizá de una manera quejumbrosa, pero no en esta ocasión, no contigo, sino con la gente común. El desatino controlado sirve para despertar en ellos reacciones que tú como aprendiz, o ya sea como naualli, te servirán como defensas. Yo lo utilizo para poder crear "diálogos", y conocer reacciones. Cuando se me ocurre comentar sobre frases típicas o modos de interacción, me dicen que al paracer tiendo a analizarlo todo...

"¿Me enseñarás a utilizar ese desatino controlado?" Sí, pero primero tendrás que ser huidiza. Huidiza no significa ser cobarde, significa que jamás te pondrás en medio del camino cuando sabes que viene frente a ti un autobús, etcétera. Es una excelente habilidad, que una vez dominada, sabrás a lo que me refiero, y eso tendrá que ver con tu poder personal... Dilian me miró fijamente, asintió en silencio y me dijo: "Creo que regresaré a la librería, ¿me acompañas?"

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