Hace poco le había hablado a Dilian acerca de la tristeza y el estado de ánimo de un mescalero. La funcionalidad de estar triste, el dolor. Hicimos la clásica analogía de que el hombre, para tener un transición, un verdadero cambio, tenía que padecer un dolor terrible. Así como cuando brota la vida, o cuando nace un recién nacido. La madre sufre al parirlo, el niño nace llorando. ¿Qué es la tristeza? Dilian entonces aplicó la recapitulación de su vida, y en ese momento anotó todos los momentos tristes, verdaderamente tristes, y se percató de que aquella tristeza le había hecho un cambio enorme como persona.
Cuando Dilian se fue, cerré los ojos para mirar las escenas que aún se mantenían frescas en mis recuerdos. Me di cuenta de que todo era distinto, había algo de tristeza en esas escenas, pero yo no lograba sentirlas como debería. No era nada extraño, y no era porque me hiciera el fuerte. De repente, tras recordar con detalle la fiesta de despedida que le hicimos al profesor Niño, Dilian apareció sentada a mi lado. Me preguntó qué hacíamos los dos en aquel lugar gris. Le respondí que estaba en mis recuerdos.
Dilian no dejaba de sorprenderme. Me dijo que ella había decidido dormir unos minutos antes de dedicarse a sus labores. Llegó súbitamente a la conclusión de que estaba soñando. Para ser exactos estábamos ensoñando. "¡Entonces puedo actuar de acuerdo a mi voluntad! Puedo hacer que estemos en este momento en mi cuarto!", y en efecto, en el mismo tiempo que lo decía, Dilian y yo estábamos en su cuarto. Jamás había conocido un cuarto tan ordenado. Al ponerme de pie, y acercarme a la ventana para abrirla, Dilian me gritó que no lo hiciera. Le desobedecí, y lo curioso fue que no pude ni siquiera tocar los bordes de la ventana. Parecían ser de líquido. Dilian soltó una carcajada: "Después de todo, estamos en un sueño. ¿Eres realmente TÚ? ¿O eres parte de mi sueño húmedo?"
Me extrañó sobremanera la pregunta de Dilian; ella asentía como si leyera mis pensamientos: "Sí, me gustas... Y es agradable de que si esto es un sueño, y lo puedo manipular a mi antojo... tengo ganas de hacerlo contigo". Al escuchar a Dilian, tragué saliva. Dilian comenzó a desvestirse; corrí hacia ella y la detuve. Le dije que se tranquilizara, que esto no se trataba de un sueño, yo estaba consciente de que así era. Estábamos ensoñando, y la energía corría entre nosotros. Cuando la tomé de las manos para que no se quitara la ropa, recordé que en las anécdotas de las mescaleras, algunas tendían a enamorarse perdidamente de los nauallis.
Y cuando pensé en esto, los brazos de Dilian se me escurrieron entre los dedos. Todo lo que tocara alrededor era líquido. Dilian me miraba pícaramente, y me decía: "disculpa, pero te lo digo en serio... me gustas. Yolanda me había hablado sobre tus infructuosos intentos por tener novia... cosa que después comprendí: lo tenemos prohibido... el amor. Así que esto no sería más que un desliz nuestro, ¿no es así?" Negué con la cabeza, como mescaleros nada se nos podía prohibir; nada ni nadie podía ponernos límites en nuestro camino. Dilian asintió, y entonces acercó sus carnosos labios a los míos. Estaba a punto de seguirle el juego, cuando mejor, decidí levantarme. Le dije que era imposible. "No lo entiendo. ¿Qué te sucede?" Suspiré y le dije a Dilian que me disculpara. "Si nadie nos pone límites... ¿Por qué te limitas?"
Le di la espalda a Dilian, y viéndola desde su espejo le dije que no era cuestión de gusto. Que mis fracasos no se debían simplemente a mis extrañas maneras de acercarme a una mujer; yo estoy consciente del ser que soy: un naualli. Y esto mismo provocaba repulsión a las chicas, quizá el grado de impecabilidad... la seriedad de mis palabras al intentar convencerlas... Dilian se acercó y me tomó de la mano. "Quiero sentirme completa..." Le estrujé la mano al escuchar decir aquello. Viré, y con la palma de mi mano golpeé a Dilian en el plexo solar. La oscuridad se presentó ante nosotros, Dilian viajó a miles de kilómetros en el infinito y cuando despertó, se dio cuenta que tenía una enorme quemadura entre su esternón y su ombligo. "¿Qué me has hecho?"
No quise darle esta vez explicaciones, sólo le dije de manera escueta que un naualli tiene prohibido las relaciones sexuales con el fin de ahorrar su energía. "Eso es una idiotez". Sólo recurrimos a las relaciones sexuales, cuando tenemos una fuga energética, en este caso los dos prescindimos de ella. "Es por eso que tienes que actuar como imbécil..." Me acerqué para levantar a Dilian, y sucedió de nuevo: su brazo parecía líquido. Le solicité que dejara de actuar así; Dilian sólo me miró con el ceño fruncido, al parecer estaba a punto de desbordar de coraje. Le pedí que comprendiera. "¿Acaso hay alguien especial a quien quieres? Si es así, dímelo por favor" Guardé silencio, y me senté frente a mi aprendiz; la miré y luego cerré los ojos. "Responde..." Esto no es un sueño Dilian. Me parece absurdo todo esto. No sé cómo... No sé qué logras ver en mí... Y antes de que me respondiera, con la ayuda de mi voluntad, me convertí en el jaguar de fuego. Tomé vuelo, corrí hacia ella, y la atravesé, quedando capturado en su interior. Alcé la potencia de mi llama, hasta que Dilian ardió internamente, dejando que su cuerpo fuera consumido por el fuego. Reía, gritaba, algo eléctrico, una fricción energética le producía una enorme delectación, hasta que cayó desfallecida.
Cuando Dilian se fue, cerré los ojos para mirar las escenas que aún se mantenían frescas en mis recuerdos. Me di cuenta de que todo era distinto, había algo de tristeza en esas escenas, pero yo no lograba sentirlas como debería. No era nada extraño, y no era porque me hiciera el fuerte. De repente, tras recordar con detalle la fiesta de despedida que le hicimos al profesor Niño, Dilian apareció sentada a mi lado. Me preguntó qué hacíamos los dos en aquel lugar gris. Le respondí que estaba en mis recuerdos.
Dilian no dejaba de sorprenderme. Me dijo que ella había decidido dormir unos minutos antes de dedicarse a sus labores. Llegó súbitamente a la conclusión de que estaba soñando. Para ser exactos estábamos ensoñando. "¡Entonces puedo actuar de acuerdo a mi voluntad! Puedo hacer que estemos en este momento en mi cuarto!", y en efecto, en el mismo tiempo que lo decía, Dilian y yo estábamos en su cuarto. Jamás había conocido un cuarto tan ordenado. Al ponerme de pie, y acercarme a la ventana para abrirla, Dilian me gritó que no lo hiciera. Le desobedecí, y lo curioso fue que no pude ni siquiera tocar los bordes de la ventana. Parecían ser de líquido. Dilian soltó una carcajada: "Después de todo, estamos en un sueño. ¿Eres realmente TÚ? ¿O eres parte de mi sueño húmedo?"
Me extrañó sobremanera la pregunta de Dilian; ella asentía como si leyera mis pensamientos: "Sí, me gustas... Y es agradable de que si esto es un sueño, y lo puedo manipular a mi antojo... tengo ganas de hacerlo contigo". Al escuchar a Dilian, tragué saliva. Dilian comenzó a desvestirse; corrí hacia ella y la detuve. Le dije que se tranquilizara, que esto no se trataba de un sueño, yo estaba consciente de que así era. Estábamos ensoñando, y la energía corría entre nosotros. Cuando la tomé de las manos para que no se quitara la ropa, recordé que en las anécdotas de las mescaleras, algunas tendían a enamorarse perdidamente de los nauallis.
Y cuando pensé en esto, los brazos de Dilian se me escurrieron entre los dedos. Todo lo que tocara alrededor era líquido. Dilian me miraba pícaramente, y me decía: "disculpa, pero te lo digo en serio... me gustas. Yolanda me había hablado sobre tus infructuosos intentos por tener novia... cosa que después comprendí: lo tenemos prohibido... el amor. Así que esto no sería más que un desliz nuestro, ¿no es así?" Negué con la cabeza, como mescaleros nada se nos podía prohibir; nada ni nadie podía ponernos límites en nuestro camino. Dilian asintió, y entonces acercó sus carnosos labios a los míos. Estaba a punto de seguirle el juego, cuando mejor, decidí levantarme. Le dije que era imposible. "No lo entiendo. ¿Qué te sucede?" Suspiré y le dije a Dilian que me disculpara. "Si nadie nos pone límites... ¿Por qué te limitas?"
Le di la espalda a Dilian, y viéndola desde su espejo le dije que no era cuestión de gusto. Que mis fracasos no se debían simplemente a mis extrañas maneras de acercarme a una mujer; yo estoy consciente del ser que soy: un naualli. Y esto mismo provocaba repulsión a las chicas, quizá el grado de impecabilidad... la seriedad de mis palabras al intentar convencerlas... Dilian se acercó y me tomó de la mano. "Quiero sentirme completa..." Le estrujé la mano al escuchar decir aquello. Viré, y con la palma de mi mano golpeé a Dilian en el plexo solar. La oscuridad se presentó ante nosotros, Dilian viajó a miles de kilómetros en el infinito y cuando despertó, se dio cuenta que tenía una enorme quemadura entre su esternón y su ombligo. "¿Qué me has hecho?"
No quise darle esta vez explicaciones, sólo le dije de manera escueta que un naualli tiene prohibido las relaciones sexuales con el fin de ahorrar su energía. "Eso es una idiotez". Sólo recurrimos a las relaciones sexuales, cuando tenemos una fuga energética, en este caso los dos prescindimos de ella. "Es por eso que tienes que actuar como imbécil..." Me acerqué para levantar a Dilian, y sucedió de nuevo: su brazo parecía líquido. Le solicité que dejara de actuar así; Dilian sólo me miró con el ceño fruncido, al parecer estaba a punto de desbordar de coraje. Le pedí que comprendiera. "¿Acaso hay alguien especial a quien quieres? Si es así, dímelo por favor" Guardé silencio, y me senté frente a mi aprendiz; la miré y luego cerré los ojos. "Responde..." Esto no es un sueño Dilian. Me parece absurdo todo esto. No sé cómo... No sé qué logras ver en mí... Y antes de que me respondiera, con la ayuda de mi voluntad, me convertí en el jaguar de fuego. Tomé vuelo, corrí hacia ella, y la atravesé, quedando capturado en su interior. Alcé la potencia de mi llama, hasta que Dilian ardió internamente, dejando que su cuerpo fuera consumido por el fuego. Reía, gritaba, algo eléctrico, una fricción energética le producía una enorme delectación, hasta que cayó desfallecida.
Cuando abrió los ojos, me vio y sonrió. Le pedí que descansara. Ella no lo sabía, pero se había adelantado al mundo del ensueño.