sábado, 26 de diciembre de 2009

Deformaciones

Hace algunos días, Dilian me llamó por teléfono para decirme que había practicado todo lo que le había señalado. Me preguntó si podíamos vernos para comentar acerca de sus avances como aprendiz. Le dije que no había problema, es más, yo mismo la invitaba a cenar. Sinceramente, como maestro de esta chica, sentí que la había descuidado. Digo, es mi primera aprendiz, pero todo el trabajo no lo llevo yo, están otros mescaleros que complementan su aprendizaje.

Una vez pedida nuestra orden aquella noche, Dilian comenzó a hablar y me dijo que estaba sorprendida que accediera a la cita, y más para conversar sobre sus avances, ya que los mescaleros le decían que no era necesario explicar las cosas. Pensó que yo era un maestro especial para ella. Le dije que era todo lo contrario, me gustaba escuchar a la gente, y yo igual que ella, durante mi aprendizaje tendía a explicar todo lo que me sucedía. Incluso, en ocasiones, Loreto me instaba a que le comentara de lo sucedido tras alguna práctica, pues si no lo hacía, Loreto me tomaría a loco.

Hablamos de bastantes cosas, incluso hablamos de mi trabajo. De repente, Dilian quedó callada y me dijo lo que realmente le estaba sucediendo, y que al mismo tiempo le espantaba. "Me sucede algo extraño. Mientras me concentro en lo que tengo que hacer, la gente..., de repente, cuando miro a mi alrededor dejo de discernir quién es quién y todos me parecen deformados... como ahora, en este momento".

Me sorprendió sobremanera, no porque fuera algo desconocido o nuevo para los mescaleros, sino porque Dilian había forzado, empujado su esencia más allá de lo que un aprendiz tenía que hacer. Un aprendiz aún no podía llegar a semejante visión. Rápidamente comprendí que Dilian tenía bastante potencial. Cuando terminó de explicarme, su mirada reflejaba miedo, y al mismo tiempo exigía una explicación. Suspiré y le di unas palmaditas a su mano izquierda para que se tranquilizara.

Le dije que en efecto, ella estaba viendo a la gente tal y como tenía que ser, era el primer proceso para poder romper la imagen de sí y ver la verdadera esencia de la energía. Le dije que no debería espantarse, puesto que no estábamos practicando en esos momentos para corregir nuestras deformaciones, sino para acostumbrarnos a ellas. Uno de nuestros problemas es la incapacidad de reconocerlas y aceptarlas. Al igual que todos los seres humanos, tenemos un modo peculiar de andar, de sentir, de pensar y de ver las cosas. Por más que intentemos corregirlas, jamás lo conseguiremos. Y al contrario, si intentamos corregirlas a la fuerza, únicamente lograremos que se resientan otros aspectos.

Dilian agachó la cabeza y musitó algo entre dientes. Le pregunté qué pasaba, y recordó un punto de la ley de que aunque un mescalero se aferre al cambio, jamás cambiará. Sonreí, y Dilian señaló: "Tal vez somos incapaces de adaptarnos a nuestras deformaciones. Por lo tanto, posiblemente no podamos aceptar el dolor y el sufrimiento reales que provocan. Somos mescaleros para huir de todo ello, ¿no es así? Mientras seamos mescaleros, no haremos sufrir a los demás ni los demás nos harán sufrir a nosotros. Pues todos nosotros sabemos que "estamos deformados". Creo que eso es lo que nos distingue del mundo exterior, común, como me has dicho. En él mucha gente vive sin ser consciente de sus deformaciones, pero en nuestro mundo, la deformación es la premisa. La llevamos en nuestro cuerpo, al igual que los indios llevaban en la cabeza las plumas que indicaban la tribu a la que pertenecían. Vivimos en silencio para no herirnos los unos a los otros".

Solté una carcajada, no de burla, sino que me sorprendía bastante la manera en que Dilian se expresaba. Le dije que todo eso se resumía a una simple cláusula: Para un aprendiz no existe nada ofensivo en los actos y pensamientos de sus semejantes, siempre y cuando él actúe dentro del ánimo correcto. Le dije que una de las actividades que solía hacer un mescalero, era llevar un diario en el que anotara todo lo que creía fascinante. Dilian asintió y dijo que eso mismo hacía.

Miré el reloj del lugar y le dije a Dilian que era momento de partir, que nos volveríamos a encontrar en otra ocasión. Pagué la cuenta, y Dilian me dio un abrazo. "No sabes cuánto me ayuda comentarte todo esto. Gracias". Volví a sonreír, y le di unas palmaditas en la espalda.
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domingo, 13 de diciembre de 2009

Retraído

Ya estaba advertido. La soledad sería muy rígida en esta época. Me senté a ver caminar la gente aquel día, y recordé, con una imagen muy clara, las fotos más recientes que descubrí de ella. Fotos del mes de octubre. Y pensé, es curioso cómo puede existir un sentimiento tan semejante. Ver a una persona y sentir algo tan "delicioso", y que al mismo tiempo te "amargue". Sí, me refiero a esa sensación, o deseo de estar con esa persona, pero sabes que no puedes, porque...

Sentí que el hábito de escribir o describir las cosas se me escapaba, bueno, no es que sea hábil escribiendo, pero esas ganas de escribir algo, lo que sea... ya no se ostentaba en mi ser. Así que tuve que recurrir a mi fuente de inspiración: la música. Un sonido de guitarra, un tema de Maaya Sakamoto... "Kotomichi"... Kanjou ha dare ni osowaru demo naku (A nadie le enseñan sobre los sentimientos) Mochiawaseru mono na no ni jibun de sae (Incluso uno mismo nunca puede clasificar bien) itsumo umaku bunrui dekinai (los que lleva dentro) Odayaka de kowakute tsuyokute azayaka de (Tranquilamente, con miedo, con fuerza, radiantemente) sore o tada ukeireru dake (simplemente aceptamos eso)...

Pensarás qué significa todo eso... nada. Trato de definir las cosas, pero realmente no valen la pena, me siento como el mito de Sísifo... sí, la filosofía del absurdo. He prometido tantas veces intentar acercarme y decirte... pero desisto, y lo sabes, lo tienes muy en cuenta. Quizá estoy esperando una correspondencia tuya, pero igual que tú, sé que no pasará. Porque, o los dos somos tímidos, o sinceramente no nos necesitamos. ¿Para qué necesitarnos? Tú eres feliz tal como eres ahora, yo soy infeliz por buscarte, pero, ¿no es eso lo que me hace feliz? ¿lo que hace sentirme menos absurdo?

Me acomodo en esa banca, y disfruto de mi compañía, mientras veo el teatro de la vida, en el que todos se saben mudamente sus roles y sus movimientos. Uno esquiva a otra persona, otro desea ser rozado por otra persona. Uno mira, y la otra esquiva la mirada. Uno grita, otro se traga sus palabras, otro se le hace un nudo en la garganta, y otro no sabe expresar lo que está sintiendo. Sí, soy un retraído más. Disfruto de mi compañía con la soledad.

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